Teoría King Kong: El feminismo como llamado al padre
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Teoría King Kong: El feminismo como llamado al padre

La mirada del padre sobre el niño constituye una revolución en potencia.
Virginie Despentes, Teoría King Kong

Es raro que la autora de Teoría King Kong no use con frecuencia el término “patriarcado”. En realidad no he verificado si acaso lo usa. Puede ser. Como sea, al referirse al Poder lo hace más bajo la rúbrica de “capitalismo”. No sabemos si ella intuye o no que son dos cosas diferentes. Si bien los feminismos son muchos, el significante “patriarcado” parece ordenar toda la retórica feminista en sus diversas formas, designando aquello que combate. A un punto en el que cabe advertir que son las feministas las únicas que sostienen su vigencia en una época signada por la declinación de la Imago paterna. Friedrich Zarathustra lo proclamaba en 1873: Dios está muerto. El patriarcado es indisociable de la tradición monoteísta. Hacer del padre Dios fue la huella más importante que la religión judía –y sus derivaciones- imprimió al espíritu de Occidente. Es evidente que las injusticias basadas en la diferencia de sexos todavía persisten, así como los patrones machistas de pensamiento y conducta. No hay un solo día en que los medios no nos recuerden que son los varones quienes tienen el poder y las mujeres no. Más allá de la ingenuidad de concebir el poder como algo que se tiene o no, hay que decir que eso es algo diferente de la autoridad. El sujeto moderno es incapaz de distinguirlos, porque perdió el registro de la segunda. No es que haya cambiado de manos, sino que como tal es algo que ha sido puesto en cuestión de manera radical por el imperio de la razón, en tanto su fundamento es opaco y siempre supone la fe.

El psicoanálisis no es el único discurso que puso de relieve el ocaso de este Dios-Padre y “su oscura autoridad”. La modernidad en su etapa tardía ha hecho caer los “grandes relatos”, y con ellos la más formidable de las ficciones, el padre. Si la fe poética, como decía Coleridge, es la suspensión de la incredulidad, la modernidad no es ni crédula ni poética. Por eso Lacan afirma que en una época que ha perdido el sentido de la tragedia, la noción de Complejo de Edipo ya no tiene lugar.

Aquí llama mi atención el que J.-A. Miller sostenga en la página 57 de su curso De la naturaleza de los semblantes que en lo que se refiere al régimen edípico, las mujeres serían, según él, sus más “feroces defensoras”.

Por más de una razón Virginie Despentes no es una feminista que se cuente en la corriente hegemónica. En principio porque no emprende una cruzada contra el falo, y no adhiere al rol de neo-puritanismo que la sociedad moderna le asigna al feminismo. En segundo lugar, no pretende la de-construcción de la masculinidad, sino que aspira a que los hombres no quieran impedirle hacer lo que ella quiere, ni obligarla a hacer lo que ella no quiere. En tercer término, acaso el más importante, ella afirma que todo lo que le gusta en su vida, todo lo que la ha salvado, lo debe a su virilidad (sic). Diferencia además la mujer que ella es, de la “la chica por la que los hombres se interesan poco”. Y dirá que es esta última la que escribe con rabia. Su feminismo no está basado en la negación de la diferencia sexual, de las pasiones eróticas y del amor, aunque ello no le impide reconocer que la heterosexualidad y el feminismo no se llevan bien.

Lo que más me sorprendió de la lectura de Teoría King Kong fueron los muchos puntos de coincidencia con el psicoanálisis. Por supuesto, hay también puntos de divergencia. Pero lo que resulta esencial es que ella considere que es allí donde el varón no está para nada seguro de su masculinidad que se le exige a la mujer que cumpla con la mentira de la sumisión. Esta mujer ha comprendido –contra todos los fetiches ideológicos del progresismo- que la virilidad no tiene nada que ver con el poder, y por eso sostiene que cuando el varón está más seguro de su masculinidad acepta más a una mujer tal como ella sea, incluso con sus rasgos masculinos. Su visión es diametralmente opuesta a la de la intelligentzia progre, pero coincide, al menos en ese lugar, con la perspectiva psicoanalítica.

No es no es una de las consignas del feminismo. Cuando ese no es desestimado se entra en el registro de la violación, del abuso sexual, del acoso, del sometimiento. Es a partir de la concepción lógica que Lacan da de las posiciones sexuadas que ese no resulta esencial a la constitución de la masculinidad. Ahí se cifra la función del padre, que no tiene nada que ver con figuras o actitudes patriarcales. De lo que se trata es de un no al goce. De que algo diga que no a la función fálica, y que es la condición para que un hombre sea capaz de hacer el amor. Pero ese decir que no resulta un obstáculo para un sistema regido por el imperativo de goce, y en el que todos, varones y mujeres, resultan igualados –y dominados- en la figura del consumidor. Ese no desfallece en la modernidad capitalista, y el feminismo es una de las formas entre otras por las que se intenta restituirlo.

La autora no sólo no desprecia la virilidad, sino que tampoco desprecia la importancia del padre. Rescata el aspecto más esencial de la autoridad, que es la autorización. Para ella es desde la mirada paterna que la hija puede tomar conocimiento real de su existencia como ser independiente, de que posee fuerza e iniciativa, y de que eso no solamente no es incompatible con su ser de mujeres sino que es algo valioso.

¿Por qué King Kong? Porque en el film de Peter Jackson la relación entre la protagonista –Naomi Watts- y la Bestia, según Despentes, no hay binarismo sexual, ni ninguna escena de seducción erótica. Ella ve el amor entre el Monstruo y la rubia más bien como un juego infantil en el que ellos se ven libres de la maldición del falo. Porque ve en King Kong algo que está más allá de la hembra y del macho. Reivindica el erotismo polimorfo originario, y ve en la isla de King Kong un paraíso perdido en el que la heroína se conecta con su esencia animal, salvaje, con el Monstruo que la habita. La autora no nos oculta que ella habla de sí misma, dado que desde el principio del libro toma para sí el linaje de King Kong, y además muestra su determinación de preservar el salvajismo primigenio que surge de la identificación con el Gran Mono.

Porque es del “mono” que se trata. Es decir, del Uno. Aquí ya dejo la senda de la autora y su interpretación del ya legendario y amable monstruo. Es verdad que Hollywood no nos muestra “la polla” de Kong. Es verdad que preguntarse porqué king y no queen tal vez no sea un indicio de importancia. Aunque es en este punto donde conviene decir que Kong es a la vez un rey y también un dios. No es una reina ni una diosa, pero seguramente no es un hombre. ¿Un rey o un dios son hombres? Claro, es un animal, que como ya sabemos desde Tótem y tabú, es la metáfora del Padre. Reconozco cierta verdad en la lectura que hace Despentes en cuanto a que Kong no es un macho. Pero de lo que no cabe dudar es de que el gran mono es “mono”. No tiene pareja. No tiene hijos. No tiene iguales. No tiene padres. No se sabe de dónde salió. Las otras criaturas que pelean con él son varios de la misma especie. Kong es único. Kong es el verdadero monstruo, en el sentido de ser una excepción a la regla. Kong es el Uno. Por eso no es un macho, sino que es más bien lo macho.

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