Lucio Dupuy: Cuatro consideraciones
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Lucio Dupuy: Cuatro consideraciones

En febrero de 2023 una mujer, Magdalena Espósito, y su pareja, Abigail Páez, fueron condenadas a cadena perpetua en la República Argentina por el asesinato del niño de cinco años Lucio Dupuy, hijo de la primera. Se comprobaron torturas y abuso sexual. El niño vivía originalmente con la familia del padre, pero la madre había reclamado a la justicia la tenencia que finalmente le fue otorgada. Los chats de las perpetradoras muestran que ambas vivían la presencia del niño como un obstáculo a su relación, y que les era intolerable. La convivencia duró aproximadamente un año, hasta el desenlace fatal. El caso ha planteado muchos debates en diferentes planos, pero me limitaré a cuatro consideraciones que esta tragedia nos deja desde el punto de vista del psicoanálisis.  

1.La inexistencia del instinto materno

Lo primero que ha impactado a la sociedad es el hecho de que la propia madre biológica ejerciera una violencia letal hacia el niño, quien reiteradas veces había sido hospitalizado por las lesiones que sufría. El tribunal no halló culpable a la madre del abuso sexual de su propio hijo, aunque la fiscalía sostuvo que ese abuso existió. La sociedad se pregunta cómo una madre puede asesinar a su hijo, pero acaso más horror despierta la posibilidad de que abuse sexualmente de él. Se invoca la cuestión del instinto maternal y por eso este caso, al igual que otros similares, es visto como una aberración incomprensible para quienes creen en la naturalidad del lazo que une a la pareja madre-hijo. El psicoanalista sabe bien que no existe ningún instinto en el sujeto hablante, ni materno ni de ningún otro orden. Es la consecuencia del postulado de Lacan “no hay relación sexual”, y eso afecta a lo que es el paradigma de la relación amorosa por excelencia que es el vínculo entre la madre y su hijo. No hay garantía de que la mujer que ha alojado en su vientre a un ser durante nueve meses vaya a amarlo después del parto. Era de esperarse que el hecho de que, en este caso, al ser las perpetradoras dos mujeres homosexuales y militantes feministas, se despertara una crítica de los sectores conservadores hacia el feminismo y el lesbianismo. El crimen fue cometido por dos ciudadanas concretas, con nombre y apellido, y no por “mujeres” o “lesbianas”. Como la estigmatización generalizada era previsible, muchas representantes del feminismo hicieron hincapié en la violencia doméstica masculina, abrumadoramente mayoritaria. También pusieron el acento sobre las fallas del sistema en lo que hace a la protección de la infancia. Sin embargo, decir que “los varones son peores” no borra, aunque sea verdad, no sólo este asesinato en particular, sino el hecho de la violencia física de no pocas madres sobre sus hijos. Cualquier profesional de la salud mental que atienda niños en un hospital conoce estos casos. Con mucha frecuencia es el hombre, la pareja de la madre, quien ejerce violencia física o sexual, a menudo ambas, sobre el niño. Pero casi siempre eso ocurre con el conocimiento y la anuencia maternas. Freud dice, además, en la Traumdeutung que el infanticidio es un crimen típicamente femenino. Las más veces, materno. Esta violencia hacia el hijo se inscribe en el conflicto que hay entre la madre y la mujer, dos funciones que son difíciles de conciliar para cualquier madre, sea que su pareja sea un varón u otra mujer. Por supuesto, tal conflicto puede resolverse muy de otra manera y no a través del recurso a la violencia, ya sea que ésta la ejerza la madre misma o que ella consienta a que su pareja lo haga. A veces sucede lo contrario y la madre se sobrepone a la mujer. Si el sujeto femenino toleraba sobre sí un maltrato de parte del hombre, esa tolerancia halla su límite cuando los hijos son los afectados. En cuanto a la violencia psicológica de la madre, eso es harto más frecuente, pero al ser por lo general una violencia que no deja huellas visibles para el sistema penal es algo que habrá de permanecer siempre en la sombra. Lo que este caso en especial puso de manifiesto es el tema del abuso sexual de la madre hacia el hijo que, aunque la justicia no lo haya admitido, se nos presenta como una posibilidad. El psicoanalista, sobre todo el freudiano, sabe que eso es algo más que una posibilidad. El primer Lacan supo ver en El deseo y su interpretación que la maternidad canaliza mayormente las tendencias perversas de la sexualidad femenina. Lamentablemente la orientación lacaniana perdió de vista la importancia del incesto para entregarse a fórmulas y figuras topológicas mucho más tranquilizadoras que estos avatares horrendos del erotismo humano. Con eso, además -y es la razón principal- los psicoanalistas responden a las exigencias de los ideales progresistas.

2.La maternidad como acontecimiento del cuerpo

La cultura woke nos intima, bajo amenaza de cancelación, a vaciar de cuerpo nuestras categorías. Se cree que donde hay cuerpo hay biología o naturaleza, lo cual pone en evidencia la ignorancia inmejorable del progresista. Por eso el psicoanalista freudiano mantendrá la palabra “sexo”, y no caerá en el uso del descafeinado término “género”. El sexo, por supuesto, no alude a nada natural, sino a las relaciones entre las personas. Con respecto a la maternidad, es verdad que ella puede ser pensada por fuera del embarazo y del lazo biológico. Según Lacan la función de la madre es la de su deseo, y lo que importa es que el sujeto sea alojado por un deseo que no sea anónimo. Este último es el de las instituciones, que pueden alojar, pero de una manera impersonal. Cualquier persona puede desarrollar una conducta maternal, y no nos engañaremos si decimos que todos los hijos son adoptivos. Sin embargo, las argumentaciones políticamente correctas no borran la existencia de la maternidad como acontecimiento del cuerpo: esto se refiere al embarazo y el parto. La carga genética no nos incumbe. Y en este caso, la conducta maternal tampoco. Lo que nos incumbe ahora es que hay personas cuyo cuerpo es capaz de alojar a un ser vivo en su vientre y parirlo. Que esa persona se considere hombre, conformará a los progresistas que podrán decir que hoy los varones son capaces de parir. Pero la política no puede reprimir -por más que lo intente- el hecho de que únicamente los “varones” que nacieron con un “cuerpo gestante”, es decir, que nacieron como mujeres desde el punto de vista orgánico, pueden pasar por esa experiencia. ¿Por qué importa resaltar la cuestión del embarazo y del parto?  Es que en sus Dos notas sobre el niño Lacan llama la atención de algo que es muy importante: la madre que parió al niño presenta el único caso en que un sujeto puede ver en el objeto de su amor la causa de su deseo. Esto quiere decir que sólo ahí se ve a la persona amada (el hijo) y a la vez una parte del propio cuerpo que se desprendió de él (la causa del deseo). Es raro vincularse con alguien que fue parte del cuerpo de uno. Por ello, la maternidad corpórea supone un vínculo bastante “loco”. Y en realidad no ha de extrañar que para la cultura tradicional el infanticidio tuviese cierto atenuante en el caso de ser cometido inmediatamente o poco después del parto. El caso de Lucio Dupuy es muy otro que el de, por ejemplo, Romina Tejerina. Pero el hecho de que el hijo, incluso ya adulto, sea algo que “salió del propio vientre”, no sólo es algo difícil de procesar, sino que plantea más que nada el tema de la separación. Porque una madre deberá parir al hijo muchas veces. De ahí que los fantasmas de muerte del niño sean frecuentes. La violencia y el abandono dan cuenta de una dificultad para obrar la separación. Contra lo que se cree, la madre que abandona es a la que un sujeto queda más “pegado”. Aquí la función paterna es esencial, lo cual no tiene nada que ver con la presencia de “un padre”. Pero es justamente esa función paterna lo que el progresismo viene a destituir, incluso si ella es ejercida desde la madre misma. 

3.El rechazo progresista de la maternidad

Marie Langer postuló que la maternidad habría de ser algo cada vez más desvalorizado dentro de la sociedad capitalista y desarrollada. En sí, esto es un resultado de la cultura del mercado y no de la ideología feminista, aunque esta última es la punta de lanza inquisitorial del capitalismo. La sociedad liberal avala el legítimo derecho de una mujer a rehusar una maternidad que no desea, y eso es sin dudas una ventaja. Pero hoy se asiste a una tendencia cada vez más pronunciada a exhibir el rechazo de la maternidad como si fuese la defensa de una causa política. No ser madre es cool, y alcanza eso para ser tenida por Rosa Luxemburgo. Ese rechazo va más lejos al entrar en la moda de proclamar el arrepentimiento de haber tenido hijos. Por supuesto, eso puede ocurrir a cualquier mujer desde tiempos inmemoriales. Lo que se observa como algo propio de la época es la incapacidad creciente de la mujer occidental para ejercer la función materna, y eso está ligado al complejo de castración. Lacan lo adelantó en La significación del falo. El sujeto moderno, hombre, mujer o lo que sea, es cada vez más narcisista y cada vez menos capaz de soportar lo Otro. El hijo es, según Dolto, un “huésped de honor”, pero hoy se acerca más a la figura de un inmigrante indocumentado. Los varones participan parejamente o todavía más de esta merma en su capacidad para asumir el rol paterno. Pero el rechazo de la maternidad no es sólo el rechazo a tener hijos -y ciertamente sería mejor que no los tuviesen- sino también el rechazo a la figura de la madre como autoridad. La ideología feminista-policial postula la teoría del continuo, la cual hace que no haya diferencia entre un flirt y una violación. Con la misma lógica, la madre que da un coscorrón es igualada a la que manda el hijo al hospital con una fractura. Todo gesto de autoridad es tenido por fascista, autoritario y pasible de denuncia. Pero al parecer la cultura progresista comandada por una oligarquía de militantes fanáticos de la protesta no ha contribuido en nada a la disminución de los femicidios ni de los infanticidios. El mundo no es menos violento por el hecho de estar comandado por un wokismo que por reprimir toda posibilidad de ofensa lleva a que la violencia retorne de la peor manera en los intersticios del orden de hierro que los progresistas van construyendo. Hoy ya es común ver cómo hijos varones pequeños -y no tanto- insultan y pegan a sus madres. Esos son los hijos de la deconstrucción. Lo cierto es que allí donde la autoridad se hace imposible, proliferan dos cosas: el control, y los estallidos de violencia.    

4.La retención del hijo no deseado: “mío o de ninguna”

Tal vez lo que más llama la atención del caso de Lucio Dupuy es el que la madre haya pedido la tenencia. Una respuesta posible es que acaso no se trataba de estar junto al niño sino de quitárselo al padre o a la familia del padre. Los chats de ambas perpetradoras del asesinato muestran que la madre fantaseaba con darlo en adopción, lo cual era imposible teniendo el niño un padre. Además, al parecer le daba vergüenza el juicio de la sociedad si ella admitía su incapacidad para ser madre del pequeño. Esto último desconcierta, porque al parecer fue más fácil encarar un juicio por asesinato. Sea cual haya sido el impedimento de esta mujer para ceder al niño, éste es el punto más importante de lo que revela el caso de Lucio Dupuy y que sirve a la consideración de otros casos. En el famoso fallo del Rey Salomón la verdadera madre es la que está dispuesta a ceder al hijo a otra mujer antes que verlo morir. En una obra de Brecht, El círculo de tiza caucasiano, se reproduce la misma situación, sólo que si en el caso de Salomón la que cede el niño es la madre del vientre, aquí la que lo hace es la madre adoptiva. Como sea, la verdadera madre es la que está dispuesta a cederlo para que viva. Esta es la función paterna incorporada a la maternidad: algo dice que “no” al goce de retener al niño. Porque el amor está fundado en la castración, mientras que la posesividad conlleva un goce mortífero que nada tiene que ver con el amor. Ciertamente la ilusión de posesión se instala como nunca allí donde el sujeto mata al objeto. Esto es lo más común en los femicidios: “la maté porque era mía”. Pero no ocurre sólo con los femicidios. Y no hace falta tampoco matar al niño para aniquilarle el alma. Acaso esto sea lo más trágico, que haya cada vez más mujeres que victimizan su maternidad, que se arrepienten de ella, que maldicen el día que parieron, pero sin embargo no ceden en adopción al hijo a otra mujer, habiendo tantas con capacidad de amar y sentir la alegría de criar a un hijo.

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