Cancelaciones del Martín Fierro
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Cancelaciones del Martín Fierro

El último 10 de noviembre de 2023 algunas personas en las redes sociales hicieron referencia al día de la tradición. Pocos saben que esa fecha está ligada a un escritor, José Hernández, autor de El gaucho Martín Fierro. A pesar de su fama extendida en el tiempo, esta obra permanece desconocida para la mayoría de los argentinos. Son escasos los que han leído el libro -ambas partes- de principio a fin. Muchos menos lo toman en consideración. Algún verso es repetido a la manera de los lugares comunes, como “los hermanos sean unidos”, pero su incidencia no va más allá. El cantar del Martín Fierro no sólo es una obra excepcional en cuanto a su poesía, por su contenido rico en sabidurías sobre el alma, el hombre, la mujer, la diversidad, el espacio, el tiempo, la cantidad, la naturaleza, la ley, la política. Es un libro que se destaca también por el argumento, por las violentas pasiones que atraviesa el protagonista, azotado por la injusticia, capaz de obrar el mal tanto como el bien, sediento de un propósito para los rigores que lo abruman y que habrán de permanecer en lo insensato. Dios le quedaba lejos, dice un verso certero de Jorge Luis Borges. El relato se inscribe en el registro de la tragedia. A la vez, cumple con lo que sólo el arte puede lograr, que es hacer que lo único devenga típico, que la narrativa de lo particular se vuelva universal, siguiendo la máxima que se le atribuye a Tolstoi: pinta tu aldea y pintarás el mundo. Martín Fierro es un gaucho, un hombre de una época y de un lugar determinados. Pero es, a la vez, todos los hombres.

El Martín Fierro es una obra fundacional de la épica nacional y popular argentina, así como su antagonista, el Facundo de Domingo Faustino Sarmiento, lo es del relato liberal. Borges alguna vez estimó que el destino de nuestro país hubiese sido otro si el Facundo y no el Martín Fierro, fuera el exponente de la literatura nacional. Inscripto en la tradición liberal, el escritor deploraba la exaltación de un gaucho matrero, desertor, que cede a las violencias de la ebriedad y debe no pocas muertes. ¿Cómo el héroe nacional podía estar encarnado en alguien que vive el margen de la ley y de los valores de la “civilización”, un tipo humano -el gaucho- que Murió en reyertas de baraja y taba? Además, la pedagogía liberal que dominó la enseñanza en Argentina deploró que la obra de José Hernández exaltara -sin nombrarlo- el tiempo de Juan Manuel de Rosas, a la vez que denunciaba los crímenes de los prohombres del liberalismo. Para la tradición liberal la historia del gaucho Martín Fierro es una apología de la “barbarie” y una amarga crítica a la “civilización”. En general las derechas se encargaron de aniquilar la obra degradándola a venerable pieza de museo. Se le concedió el destino fosilizado que el discurso universitario depara a los clásicos. Sobre todo, la enseñanza secundaria logró hacer del Martín Fierro algo aburrido, lejano, a pesar de que la dolencia del gaucho conserva una actualidad tan patente que bordea lo siniestro. Porque si nos animáramos a conocer al personaje lo encontraríamos insoportablemente familiar.     

La pedagogía liberal hizo con Martín Fierro -el héroe- algo similar a lo que consolidó con la figura de José de San Martín, que permanece hasta hoy vaciada de contenido político y humano. El relato de José Hernández es más que un alegato político -que por cierto lo es- y resiste a la torpeza que pretende reducirla a una retórica de panfleto. Quienes aspiran a este tipo de cancelación se ubican en lo que vagamente podemos nombrar como “izquierdismo” o “progresismo”. Del mismo modo que la derecha liberal, no cancelan la obra de una manera explícita, dado que su prestigio la vuelve intocable. Sin embargo, ese mismo prestigio le quita vida. La izquierda no necesita, por lo tanto, volverlo a escribir con lenguaje inclusivo o cambiando el sexo del protagonista. Porque del progresismo y de Disney -son lo mismo- puede esperarse lo que sea.

El progresismo se inclinó a degradar la violencia del relato, en cierto modo suprimiendo su dimensión humana, y más que ninguna otra cosa, su dimensión viril. Una de las versiones cinematográficas, El ave solitaria (Vallejo, 2006), cambia de manera directa el argumento y lo adapta a las tristezas de la ideología. Por ejemplo, en el primer duelo individual que Martín Fierro tiene con un indio, la película muestra al héroe perdonando la vida del enemigo para gritar de viva voz “el gaucho no mata al indio”. Por poco agrega: black lives matter. En el libro, el protagonista mata al enemigo tras una lucha encarnizada, y no oculta la aversión que siente como gaucho ante ese pueblo que para él es hostil. No por ello el Martín Fierro sería una obra racista, pero el progresista la tendrá por tal. Las etnias que entran en conflicto, los criollos, los morenos y los indios, sufren una misma opresión, y el Progreso ha dictado para ellas la irrevocable sentencia de muerte. Pero es falso que los oprimidos se vean como hermanos. Las versiones edulcoradas omiten también el segundo duelo de Martín Fierro con otro indio en la segunda parte, que es uno de los pasajes más dramáticos y que reviste una crudeza abrumadora. La lucha se desata ante el maltrato feroz que el indio le prodiga a una cautiva blanca. El infantilismo de liberales y progresistas elude la horrible forma en que el indio mata al bebé de la mujer, destripándolo ante sus ojos. Después, en la lucha, el adversario pierde pie resbalando al pisar el cadáver del bebé. También se pasa por alto la maldad de las otras mujeres, las indias, celosas y crueles hasta lo indecible con la mujer extranjera. ¿Qué otro sentimiento podrían abrigar hacia alguien que es miembro de los que los han despojado, sin contar con la rivalidad sexual? Además, la toldería se ve azotada por la viruela, un contexto de muerte y desesperación en el que resulta fácil echarle la culpa al extraño.   

El Martín Fierro muestra que las víctimas de los rigores del Destino y de los hombres, no son almas puras. En la obra no falta ninguno de los azotes bíblicos, y esos golpes no hacen aflorar lo mejor, sino el rencor, el deseo de venganza y la maldad. Fierro jura “volverse malo” cuando ve los despojos de lo que fue su hogar. Pero el mayor de los rigores lo encarna la civilización y su tropilla de representantes: políticos, agentes del gobierno, jueces, militares, doctores. Son corruptos y hacen negocios con la sangre de los gauchos, los indios y los morenos. Y si es pobre, ni el europeo se salva. Se muestra lo que las instituciones siempre han sido en la historia argentina: aparatos destinados al lucro de unos pocos por medio de la sangría feroz de los muchos.

Pese a su signo trágico, la obra resalta el valor de los lazos personales. Sobre todo, la amistad. Para el gaucho el estado es una vaga abstracción, a lo sumo “una madre que descuida a sus hijos”. Hombre de batalla, no sabe luchar por la patria ni por ideales. Su lealtad la guarda para el caudillo. En esto el gaucho es una figura premoderna, más propia del feudalismo rural que del republicanismo urbano. Profesó, como dice Borges, “la fe del hierro y del coraje”. Si a ello contamos su cultura carnívora y viril, además del crimen de ser padre, entenderemos el desprecio que la izquierda prodiga al personaje, degradado por la peor cancelación, que es la de ser tenido por “víctima del patriarcado”.

 

 

 

 

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