Judaísmo y Edipo en dos recuerdos de Max Nordau
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Judaísmo y Edipo en dos recuerdos de Max Nordau

Max Nordau (1849-1923) nació, como Freud, bajo el Imperio Austrohúngaro. Fue escritor, crítico, ensayista y médico. Dos hechos de su vida son comentados por Borges en un artículo sobre él. El primero sucede a los doce años. Nordau se sentía parte del pueblo de Israel, y su padre lo llevó a presenciar una ceremonia en la sinagoga. Le advirtió que durante la bendición no debía abrir los ojos, porque de lo contrario se quedaría ciego. A pesar de la palabra paterna, Nordau abrió los ojos… y no se quedó ciego. Inmediatamente lo ganó la angustia, sobre todo porque había perdido la fe. Se separó de la tradición judía. Descreyó del padre, de su religión, y de toda religión. También de toda patria, fanatismo y pertenencia. Se convirtió en un ciudadano del mundo, ateo, libre pensador y sin raíces, no atado a nada más que a la razón.

El segundo hecho, que Borges considera reverso del anterior, ocurre cuando Nordau tiene 32 años. Viviendo en Londres, se entera por el periódico que en cierto lugar de Rusia han tenido lugar varios pogromos en los que muchos judíos murieron. Él no ha presenciado la masacre, no habló con testigos, ni conocía a ninguna de las víctimas. Es la descarnada noticia de un diario. Aquellas personas remotas no estaban vinculadas a él, que además había abjurado de la fe de sus padres, y al cual esa gente acaso hubiese visto como un renegado. Pero de un modo irracional, Nordau sintió que la sangre derramada era la suya. Volvió a sentirse judío. Se sumó al movimiento sionista de Herzl y fue uno de sus grandes pilares.

Seguramente estos dos recuerdos ocultan muchas más cosas de las que revelan, y su tiniebla reluce en las lagunas de la historia, en los significantes que faltan y que no se dejan disolver en el culto a lo real tan de moda hoy en el lacanismo. Ambas memorias muestran dos movimientos en relación con el padre, que Borges considera inversos. Acaso Freud diría que la amenaza de castración desmentida en el primer episodio, se hizo efectiva en el segundo. Es interesante que Borges haga, por su cuenta, una lectura “talmúdica”, casi mística, del segundo episodio: los muchos pogromos se podrían considerar como uno solo. Los muchos judíos asesinados, como un judío solo. Resalta ahí una estructura, la fuerza del uno y el valor simbólico de la noticia. La perspectiva freudiana vería al padre sacrificado en ese judío solitario y mítico. Y es a partir de ese pago de sangre que surge para Nordau la fraternidad judaica a la que él se suma.

Si bien estas dos “epifanías” pueden ser vistas como movimientos inversos, en las dos podríamos reconocer un acto de conversión y una separación. Porque el segundo episodio no deja de ser eso aunque lleve el semblante del retorno. No creo que el padre al que se regresa sea el mismo padre del que se tomó distancia. Una posible lectura religiosa, además, pensaría que la amenaza paterna de la edad más tierna se habría realmente cumplido de manera metafórica, que Nordau habría conservado su visión para no ver. Tal vez el segundo hecho le reveló ese punto ciego desde el cual asumiría su destino de visionario.

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