El orden de hierro
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El orden de hierro

Ser profesor tiene a veces aristas ingratas. Recientemente debí cumplir en calidad de docente de la universidad con el censo universitario. Dado que en la actualidad la tecnología nos incomoda con facilidades cada vez más sofisticadas, en esta oportunidad se hacía innecesaria la visita de bellas encuestadoras o importunos preguntones. El censo autoadministrable por internet no deja ocasión para sorpresas, ya felices o desgraciadas. Un programa formula las preguntas, y todo se reduce a llenar casilleros. Allí la Universidad encarna a un gran Otro que pretende identificarnos. “Identifíquese” es la consigna, que por ser planteada en términos amables –”por favor, identifíquese”- no es menos imperativa. En toda consideración sobre el problema de la identificación conviene tomar en cuenta el hecho de que si el sujeto se identifica, ello nunca podría ser ajeno a cómo el Otro lo ha identificado. Y en ese sentido se cumple el principio de Lacan por el cual el sujeto recibe del Otro su propio mensaje en forma invertida. En este caso se hacía evidente que mi identificación debía cumplirse en los términos del menú ofrecido por el Otro.

En un censo o en una encuesta se aprecia con claridad que la operación de identificarse –o ser identificado- reside en hacerse representar por significantes que asegurarían la pertenencia del sujeto a un conjunto o clase universal. Cada conjunto es un casillero, una opción del formulario dentro de la cual uno se ubica –o es ubicado- como por ejemplo, sexo, estado civil, título, facultad, etc. De esta manera se cumple el proceso por el cual el Otro “nos saca la ficha”, como reza la expresión popular. Cabe reflexionar sobre lo que está en juego en la operación de sacarle la ficha a alguien, o, más bien en lo que implica que el Otro nos saque la ficha. Eso significa que a uno lo hacen entrar en los cálculos del Otro (Lacan, Seminario VIII).

No requiere ser una persona especialmente sensible el sentir cierto malestar en este tipo de operaciones como la de cumplir un censo o llenar un currículum de acuerdo con ciertas pautas más o menos rígidas. A medida que uno va anotándose en los casilleritos o en los pequeños círculos de Euler, tarde o temprano se va llegando a instancias indecidibles, es decir, que uno no sabría en qué casillero ubicarse. Y eso ocurre porque hay un punto en el que se revela la imposibilidad del Otro para dar cuenta de mi ser, en tanto se trate de mi singularidad. Pero el Otro, en este caso, prescinde de mi singularidad que a lo sumo será un resto más o menos molesto que por piedad, en el mejor de los casos, irá a parar al casillero “otros”, a la vez nombre eufemístico de la papelera de reciclaje y promesa de futuros nuevos casilleros por inventar. Esta es la doble condición de todo resto: puede ser fecundo o devenir escoria (Lacan, Seminario XI)

La pantalla en la que se cumple el censo es un espejo, un espejo plano en el que alcanzo las significaciones del Otro relativas a lo que yo soy. Es evidente que el malestar es causado por un resto que queda por fuera de esas significaciones y que no se refleja en ese espejo. En principio ese resto no interesa al Otro, sea la Universidad, sea el Estado o sea el Mercado. No le interesa en la medida en que es algo que queda por fuera de los cálculos. Indecidible e incalculable, se torna, en primera instancia, en no computable.

Es paradójico que ese íntimo e incalculable residuo, núcleo de mi ser, sea llamado por Lacan “objeto”. Por el contrario, allí donde el Otro me saca la ficha soy un sujeto. Tal como lo afirma Lacan en el seminario sobre la transferencia, tomar al otro como sujeto es hacerlo entrar dentro de mis cálculos. El ajedrez, por ejemplo, da cuenta de lo que podemos entender como una relación entre sujetos. Un juicio de divorcio también es una relación entre sujetos, sujetos de derechos civiles. Es lo que ocurre, por lo general, cuando el hombre y la mujer ya no se toman como objetos. Claramente el discurso de lo políticamente correcto se esfuerza hoy por reducir las relaciones entre hombre y mujer a una relación entre sujetos de derechos civiles. Una relación que entre dentro de categorías que permitan tipificar las operaciones, movimientos y estrategias que hacen a la interacción y los intercambios de esos sujetos entre sí de modo tal que sean previsibles. Cuando el otro es para mí un sujeto entonces puedo calcular lo que puedo esperar de él bajo una circunstancia dada, y también puedo calcular lo que puedo hacer con él.

Ciertamente, el discurso de lo políticamente correcto ve como algo abominable toda consideración del otro como objeto. Ello viola el principio de homogeneización de los sujetos –sujetos iguales- que la conciencia progresista defiende bajo la rúbrica del respeto por las diferencias pero que vela mal su profundo aborrecimiento por toda diferencia real.

Pero ¿qué es toda esta historia? Lo usual es entendernos unos a otros como sujetos. En efecto así es, pero todo cambia si quisiéramos ubicarnos en el plano del amor. Precisamente Lacan va a decir en el Seminario XX que poder predecir lo que el otro va a hacer no es un signo de amor.

Entonces, identificar al otro de modo tal que pueda hacerlo entrar dentro de mis cálculos es algo que no tiene nada que ver con el amor. Hay entonces más de una forma de identificar al otro, o, si queremos complicar las cosas, de nombrar al otro, dado que cuando lo identifico estoy nombrándolo. El paradigma de esta operación por la cual nombro al otro con la finalidad de incluirlo en mis cálculos, en mi proyecto, y de un modo tal que el otro pasa a ser una variable predecible, calculable, es lo que Lacan desarrolla en su seminario sobre las psicosis al analizar las implicancias de la sentencia “Tú eres el que me seguirá”, como una suerte de constatación o descripción de un dato de la realidad. “Tú eres el que me seguirá” y ya te saqué la ficha y estoy harto de que me sigas, dice el ejemplo. Se enfatiza en esta conjugación del verbo seguir, la tercera persona, el “seguirá”, persona que, según Benveniste, no es una persona. Por el contrario, la expresión “Tú eres el que me seguirás”, indica para Lacan una relación con el otro de naturaleza muy diferente. En este caso el otro no es calculable, y decir “tú eres el que me seguirás” implica una invocación, un acto de fe que se produce sobre un fondo de no garantía acerca de lo que el otro podrá hacer o no.

Tú eres el que me seguirás por doquier, es por lo menos una elección, quizás única, un mandato, una devolución, una delegación, una inversión. Tu eres el que me seguirá por doquier es una constatación, que más bien nos inclinamos a considerar como una constatación penosa. “

“La presencia del  en el seguirás interesa la personalización del sujeto a quien uno se dirige. Cuando digo, ejemplo sensible, tú eres la mujer que no me abandonará, manifiesto una certeza mucho mayor en lo tocante al comportamiento de mi pareja que cuando digo tú eres la mujer que no me abandonarás. … manifiesto en el primer caso una certeza mucho mayor, y en el segundo, una confianza mucho mayor.”

Bien, certeza en un caso, fe, en el otro. Esto abre dos perspectivas diferentes en cuanto a cómo nombramos o identificamos al otro. Ciertamente toda nominación implica el registro de lo simbólico. Pero habitualmente se olvida, cada vez que se habla de lo simbólico, que hay una diferencia radical entre la escritura y la palabra. Es importante tener en cuenta, si queremos dilucidar el problema de la identificación y el de la nominación al cual está ligado, esta diferencia que afecta también a la problemática del nombre. Si bien en el ejemplo de Lacan referido al “tú eres el que me seguirá/s” se trata en ambos casos de una frase que se nos presenta como pronunciada, es decir, como algo del orden de la palabra, es claro que la constatación certera del “tú eres el que me seguirá” petrifica al destinatario de un modo que hace del dictamen del Otro una instancia cercana a la fijeza de lo escrito. La fatalidad de lo escrito. Precisamente, cabe recordar que la “fatalidad” es, literalmente, “lo dicho”. El problema es que lo dicho es muy diferente del decir. Lo dicho, en tanto acumulado y sedimentado es algo del orden de lo escrito. Lo dicho es siempre automatón y necesidad. El decir es tyché y contingencia. El decir, un verdadero decir, siempre implica “un acto actual de palabra” como diría Masotta.

En el otro caso, el del “seguirás”, está mucho más en juego el decir, el acto de palabra. Ahora bien, en el seminario 21 Lacan afirma que todo decir verdadero es un acontecimiento. Siendo esto así, supondremos que mientras el “seguirás” implica un acontecimiento, el “seguirá” no lo implica. Podemos formular entonces una serie de hipótesis

  1. La diferencia de enunciaciones en el ejemplo de Lacan “tú eres…” permite distinguir dos modos de nominación
  2. En esos dos modos de nominación se aprecia la diferencia de las dos modalidades en que se presenta lo simbólico como escritura y como palabra
  3. En el caso del “seguirás”, está en juego la instancia de la palabra como acto, como decir verdadero y como acontecimiento, más abierta al equívoco, mientras que en el caso de la constatación certera del seguirá lo que prima es la continuidad, la perpetua voluntad del Otro como palabra fatal escrita.
  4. Si el fundamento del decir verdadero es el Nombre del Padre (es lo que funda la palabra como acto –Sem.V-, lo que ex-siste es el fundamento del decir- Sem. XXI), en el otro caso vemos la incidencia de lo que en el Seminario 21 Lacan llama el nombrar para.

“…la pérdida de lo que se soportaría en la dimensión del amor, si es efectivamente no la que yo digo –yo no puedo decirla-, a ese Nombre del Padre se sustituye una función que no es otra cosa que la del “nombrar para”. Ser nombrado para algo, he aquí lo que despunta en un orden que se ve efectivamente sustituir al Nombre del Padre. Salvo que aquí, la madre generalmente basta por si sola para designar su proyecto, para efectuar su trazado, para indicar su camino… Si definí el deseo del hombre por ser el deseo del otro, esto es lo que se señala en la experiencia. E incluso en los casos donde, por azar, ocurre que por un accidente ella no esté más allí, es sin embargo ella, ella, su deseo, lo que señala a su crio ese proyecto que se expresa por el “nombrar para”. Ser nombrado para algo, he aquí lo que, para nosotros, en el punto de la historia en que nos hallamos, se ve preferir –quiero decir efectivamente preferir, pasar antes- lo que tiene que ver con el Nombre del Padre.

Es bien extraño que aquí lo social tome un predominio de nudo, y que literalmente produzca la trama de tantas existencias; él detenta ese poder del “nombrar para” al punto de que después de todo, se restituye con ello un orden, un orden que es de hierro; ¿qué designa esa huella como retorno del Nombre del Padre en lo Real, en tanto que precisamente el Nombre del Padre esta verworfen, forcluído, rechazado? Y si a ese título designa esa forclusión de la que dije que es el principio de la locura misma, ¿acaso ese “nombrar para” no es el signo de una degeneración catastrófica?” (Seminario 21, 19/3/1974)

Este párrafo muestra varias cosas.

En principio, que hay dos modos diferentes de nominación, o, para ser más precisos, dos lógicas diferentes de la nominación.

Uno de esos modos está estrechamente vinculado a la función del Nombre del Padre, mientras que el otro no. Se destaca además que existiría una relación entre el Nombre del Padre y la dimensión del amor. El Nombre del Padre es una instancia que funda un modo de nominación que de algún modo surge sobre el trasfondo de aceptación de una imposibilidad y es por eso que la nominación del Nombre del Padre implica la fe, la confianza, y no la certeza. Esa Nominación tiene en cuenta la dimensión de lo incalculable en el otro.

Por el contrario, lo que aquí llama el “nombrar para” es claramente un hacer entrar al otro dentro de los propios cálculos. Ser nombrado para algo, para el proyecto del Otro. Curiosamente Lacan postula que en este caso lo social tiene una función de nudo, y plantea lo que aparece como una suerte de forclusión generalizada del Nombre del Padre, y que califica como “signo de una degeneración catastrófica”. Ciertamente parece referirse a algo que podríamos ubicar en la categoría de los “nuevos síntomas” en la medida en que está haciendo una clara referencia a la época. Sin embargo, no es tan sencillo esclarecer en qué puede consistir este “nombrar para” como nominación diferente a la sustentada en el Nombre del Padre, si salimos de la clínica del caso individual. ¿A qué hace referencia Lacan cuando habla de un orden de hierro, fundado en la declinación del Nombre del Padre y la prevalencia del “nombrar para”? Se abre en este punto una línea de investigación.

El orden de hierro como burocratización. Se le asigna un rol al sujeto y su identidad se sostiene del rol. Eso se ve en la actualidad. Lo social pasa a tener función de nudo. Perder el rol social es perder la identidad, el lugar en el Otro. Ser nombrado para por el deseo del Otro. Eso muestra la complejidad de la operación del Nombre del Padre.

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