Consideraciones de actualidad sobre la peste y la muerte
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Consideraciones de actualidad sobre la peste y la muerte

Al escuchar la primera bala durante la I Guerra Mundial, C. S. Lewis pensó: “esto es la guerra, de esto escribió Homero.” Hoy, durante la cuarentena, me digo a mí mismo que esto es la peste, de la que escribió Sófocles en Edipo rey. No por ello creo en escarmientos divinos, sino más bien que hay aconteceres de los que no podemos apropiarnos más que poéticamente, como individuos o como sociedad, por la mediación de una narrativa. No proyecto escenarios futuros. Sigo pensando, como freudiano, que venga lo que venga, no hay evolución, sino sustitución. No estimo que vaya a haber un retorno de nada, porque no hay retorno de lo que nunca se fue. Lo que hay es revelación, eso que en griego se llama “apocalipsis”.

La imagen lleva por título La peste de Tebas, Jean François Jalabeat (1849)

¿Revelación de qué? Por lo pronto, de que la guerra fría en realidad nunca concluyó. Prosigue, ya no tan invisible, con otra escenografía. La cultura del libre mercado, por ser dominante, no carece de oposiciones. Como psicoanalista, no puedo decir si la expansión que le es inherente –“la expansión lo es todo”, decía Cecil Rhodes- se habrá de detener. Puedo sí afirmar que el presagio de catástrofe es esencial a la expansión narcisista, que tarde o temprano culmina en estallido. La miseria moral del libre mercado, se desnuda en la desesperación del Gobernador de Nueva York ante la puja entre los estados de Norteamérica por respiradores que se venden al mejor postor. Pero ahí se revela también la importancia de la falta de un acto de autoridad política.  Y esto interesa al psicoanalista, en tanto el debate sobre la autoridad –y la obediencia- sigue abierto. Tal vez la autoridad no es siempre fascismo, y la obediencia puede ser un acto. Incluso uno de autoridad. Como sea, hoy debería quedar más claro que gobernar un país y dirigir una empresa no son la misma cosa. La política no se reduce a la buena administración. Ella no puede diluirse en el algoritmo financiero si queremos ser todavía sujetos y no solamente consumidores.

Freud intentó enseñarnos que por haber perdido el sentido de la tragedia, eso no le impide a la tragedia existir. Los mitos no son “puro cuento”, y en esencia el Edipo no es un vodevil familiar, sino el plantear al sujeto en términos trágicos. Es decir, anti-modernos. Porque la modernidad es fundamentalmente anti-trágica y anti-poética. La autoridad, la fe y el mito conforman el nudo de lo que nuestra era habría dejado atrás. La eficacia de la amenaza de castración es asunto de fe. ¿Por qué permanecemos en nuestras casas?  ¿Por qué obedecemos? Hoy son muchos –no sólo el Sr. Bolsonaro- quienes dicen que somos niños que creen en la peste como en el “Hombre de la arena.” Sin duda guardar la cuarentena es un acto de fe, como lo es creer que podemos morir. Lo sostuvo Lacan en Lovaina. ¿Somos crédulos, o hemos suspendido nuestra incredulidad, lo cual no es lo mismo? Porque es en lo segundo que Coleridge vio la esencia del acto poético. Ciertamente tejemos ficciones ahí donde imaginamos apenas que podríamos morir. Acaso la ficción de nuestra propia pérdida sea un acto poético esencial. Si la castración no es un mito, no podemos servirnos de ella sin una narrativa mítica, porque no hay amenaza de castración que no sea ficcional.

El humanista no cree ni en mitos, ni en plagas. De esto último habla Camus en La peste, de la increencia del humanista. ¿En qué cree, entonces? En “el fin de la historia”, y en su propio goce. Dicho de otro modo, cree en el falo de la madre. No sé si Europa seguirá creyendo en el fin de la historia. Muchos argentinos todavía creen en Europa con pareja zoncera.

La sociedad post-paterna es anti-política en la misma medida en que es anti-poética. No cree en “los grandes relatos”, como no cree en la castración. Pero hay “pequeñas historias” que no son otra cosa que el avatar del gran relato. Así, el Titanic y la Torre de Babel hablan de lo mismo, de la interminable historia la hybris humana y sus consecuencias. Hoy, el nuevo orden simbólico es sacudido por un virus. Uno que, además, supuestamente proviene de un animal absurdo como el pangolín. Sea fenómeno natural o siniestro artificio tecnológico, el primero de los Jinetes cabalga una vez más. Y es el único de los cuatro que lleva una corona. Parece un chiste, que como freudiano no puedo eludir.

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