Tolerancia y nombre del padre
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Tolerancia y nombre del padre

Una pregunta


En la presentación de Intervención sobre el Nombre del Padre, mi colega Fabián Schejtman me preguntó si resaltar la función del Nombre del Padre como habilitación de la excepción a la regla no podía tener deslizamientos peligrosos tomando en cuenta la historia de nuestro país. La pregunta es pertinente. El término “intervención”, esencial a la argumentación del libro (que en sí mismo es una intervención, como bien señaló Claudio Godoy), implica la ruptura de una continuidad. Y es habitual pensar los golpes militares como “rupturas de la continuidad institucional”. Las dictaduras serían excepciones, mientras que la democracia sería la regla violentada por la intervención militar. Libre de los tiempos de una presentación, quisiera ampliar mi respuesta a esa importante pregunta. No soy original al concebir las dictaduras militares argentinas como restauraciones de un orden que algunos gobiernos democráticos intentaron cambiar. Restituyeron una continuidad, que obviamente no fue la de la Constitución, pero sí la del orden económico establecido. Parafraseando a Clausewitz, el golpe militar no es ruptura, sino continuación de una política por otros medios. Lo mismo de siempre, pero más feroz.

Excepciones y reglas


Aplicar a la historia un esquema binario como el de regla-excepción es una simplificación. Advertidos de ello, hay que señalar que los mismos golpistas de 1930, 1955, 1966 y 1976, invocaron la restauración y no la innovación. Suprimían innovaciones que para ellos eran excepciones intolerables para “nuestro” modo de vida. Los sectores liberales que promovieron esos llamados al “orden” tienen su propia concepción de lo que entienden por “dictadura” o “libertad”. Gobiernos legales y populares como los de Hipólito Yrigoyen o Juan D. Perón fueron en su momento calificados de tiranías corruptas. El Proceso invocó la preservación de los valores de Occidente, y sectores medio-altos siguen pensando -con o sin pudor- que nos salvó del terrorismo. La tradición golpista es restauradora, y aunque se haya nombrado a sí misma como “revolución”, está más que lejos de ser revolucionaria, es decir, innovadora. Y esto desde la ideología que fuere. Si por “democracia” entendemos un sistema basado en una participación amplia y comprometida, en el que no solamente los derechos de las minorías (en plural) se vean respetados, sino que se tengan en cuenta también los derechos de las mayorías (también en plural), yo diría que tal cosa ha sido más bien la excepción y no la regla en la historia de nuestro país. Si esas excepciones fueron tan duramente reprimidas fue por quebrar la continuidad de las reglas no escritas que relegaban a vastos sectores de la sociedad. Cabe admitir que la demagogia y el abuso de la burocracia también son reglas inerciales, signos de iniciativa menguante y de la impotencia para obrar un cambio. Hoy llevamos treinta valiosos años de vida institucional. Pero hay que tener en cuenta que la declinación del Nombre del Padre en la cultura también se vincula al hecho de que el poder no habita en el Estado, sino en los mercados, y por ello ya no requiere imponerse manu militari. Como psicoanalista me interesa resaltar que el automatón de la regla es la hegemonía de lo que Cortázar llamaba “La Gran Costumbre”. Eso vale para el sujeto y la sociedad.

“Indignados” piden la caída de Arturo Illia, 1966

La tolerancia

La metáfora, sin la cual no habría amor, es una feliz excepción a la regla. Ciertamente hay reglas tolerantes y otras que no lo son. Las hay justas e injustas. Pero la tolerancia en sí misma reside en el no-absolutismo de una regulación que siempre puede volcarse al automatismo compulsivo. El debido proceso y la abstención de la venganza ya implican poner un intervalo a la regla del talión que surge espontáneamente en el corazón herido, ávido de satisfacción. Admitir que el tenido por culpable tal vez podría no serlo es ya hacer una excepción a la regla de nuestro juicio. Para sentir ese juicio como infalible no hace falta ser Rey ni Papa. Alcanza con gozar sin mayor restricción. Hoy es más importante que nunca recordar, con Freud, que la pulsión es conservadora. La página 48 del Seminario 19 señala la íntima relación entre la lógica y la tragedia. Ambas están hechas de reglas inexorables, necesarias. Todo hombre es mortal. Sócrates es hombre. Entonces, la regla de la razón dicta que necesariamente debe morir. La justicia trágica es automática y compulsiva. El fatum (“lo dicho”), el dictamen del destino, necesariamente ha de cumplirse. Al revés de lo que se suele creer, el Nombre del Padre como lo que da lugar a la excepción introduce un intervalo disfuncional en el rígido encadenamiento de la regla. Por eso Lacan lo opuso al “orden de hierro” de la sociedad de control. La tolerancia acontece como intervención habilitadora. Esto nos llevaría a interrogar una posible relación entre el Nombre del Padre y el no-todo. Relación que acaso no sea tan unívoca como creemos.

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