The ring y la significación subjetiva del monoteísmo
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The ring y la significación subjetiva del monoteísmo

La lengua inglesa permite que el título de la película The ring, se traduzca a la vez como La llamada y El anillo. El argumento de la versión de Hollywood es apenas más complejo que mi descripción: el fantasma de una niña asesinada por su madre perpetra una serie infinita de venganzas que se ensañan automáticamente y con prolija puntualidad sobre quienes han visto un ominoso video que narra crípticamente la historia de la maldita y su infortunada madre. La protagonista decida a investigar las muertes misteriosas, resulta marcada por la maldición al igual que su pequeño hijo. Descubrirá finalmente que sólo eluden el castigo quienes hacen una reproducción de la cinta. Eso significa que los perdonados por la vengativa sombra son quienes se avienen a continuar el ciclo infinito de la reproducción del drama, propagando el video fatal. El mensaje resulta similar a esas cadenas de cartas que otrora se enviaban incitando a su reproducción bajo la amenaza de terribles desgracias para quien interrumpiese el ciclo. Hoy sucede algo parecido en las redes sociales con mensajes amenazantes que instigan a cortar y copiar esa misma amenaza bajo la advertencia de un perjuicio para quien no lo haga. Se castiga al que obra un acontecimiento, a quien hace algo diferente, a quien corta la cadena. Lo innumerable de las muertes no detiene a la resentida. La hija injuriada encarna a la madre insaciable que nunca encuentra la satisfacción. No es un dato menor de la historia que se nos dé a entender que la madre estaba obsesionada por tener un hijo, y que tras innumerables intentos adopta a la niña que no le traerá la paz que su espíritu nunca tuvo, sino que será la prolongación de su infinita voracidad. Ese ciclo de rencor infinito es el de la circularidad de la demanda, es decir, de los reproches interminables entre madre e hija, donde no existe el acontecimiento de la castración que le ponga fin. Tampoco es un dato menor que los dos únicos padres que aparecen en la historia son hombres renuentes a ocupar ese rol. El verdadero sentido de la función paterna es el de dar lugar tanto al inicio como a la conclusión. No por nada en Las psicosis se ilustra el punto de basta (significante que tiene múltiples resonancias) en la historia de Atalía, la cruel reina de Judá que quiso destronar al Dios Padre para volver a al culto de la insaciable Astarté.

La rueda y la cruz son símbolos opuestos, que a menudo vemos juntos en las cruces rúnicas. En ellos se oponen el eterno retorno y la historia, el circuito interminable de la demanda y el acontecimiento, el automatón y la tyché, el nudo gordiano maternal y el corte decisivo de la intervención paterna. La antigüedad pre-monoteísta, basada en los ritos agrarios, veneraba el eterno retorno de los ciclos pretendidamente naturales bajo los que se metaforiza el orden de hierro de la pulsión. Mircea Eliade en El mito del eterno retorno, demuestra al igual que Kierkegaard en Temor y temblor, que el monoteísmo introduce el valor del uno, del acto único que inaugura la historia como concepción de un tiempo sometido a la contingencia. Este es un valor subjetivo de la creatio ex nihilo que Lacan supo advertir en La ética del psicoanálisis y que hoy se ve dejado de lado por cierto neolacanismo. Nuevamente en su seminario 18 Lacan destacó el sentido del linaje paterno como lo que habilita la dimensión del comienzo a la vez que la del final. Ambas tienen el estatuto del milagro, de la intervención del Padre como acontecimiento discreto y traumático que separa al sujeto del ciclo interminable de la demanda materna.

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