Sobre el cuerpo y la filosofía del hitlerismo
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Sobre el cuerpo y la filosofía del hitlerismo

Una contribución a la lógica del pasaje al acto

Introducción

En 1934 la revista católica Espirit publicó un artículo de Emmanuel Levinas titulado Algunas reflexiones sobre la filosofía del hitlerismo. Dado que el texto postula que el nacionalsocialismo implica una particular concepción del cuerpo, considero que no carece de interés para el psicoanalista. Básicamente, Levinas opone dos orientaciones del espíritu frente al hecho corporal. Una se encuentra representada por la tradición judeocristiana y el liberalismo moderno. La segunda encuentra su paradigma político y filosófico en el discurso hitleriano.

Emmanuel Levinas

I- La tradición de Occidente y el sujeto dividido

La primera orientación es la que Levinas concibe como el principio mismo de la civilización occidental. El espíritu de libertad que el autor reivindica como esencia de la cultura europea residiría en la angustia, la oposición, la distancia y la rebeldía del sujeto frente a la fatalidad de lo dado. Esto último abarca el pasado histórico-social pero también el pasado biológico y el cuerpo. Se postula, entonces, una brecha entre el sujeto y su mundo, en la que el cuerpo también forma parte de ese mundo del cual el sujeto está escindido. Es a partir de tal brecha que se produce el intento permanente por tratar de liberarse de las determinaciones del pasado, es decir, que el sujeto se esfuerza por distanciarse de lo que ha sido. Este sujeto, en tensión y conflicto con el ser, se nos revela con mayor claridad cuando se toma el caso del cuerpo como el paradigma de lo que Levinas llama “el hecho consumado”.

“¿Qué es, según la interpretación tradicional, tener un cuerpo? Es soportarlo como un objeto del mundo exterior. (…) Es este sentimiento de la eterna extrañeza del cuerpo respecto de nosotros el que ha alimentado al cristianismo y al liberalismo moderno.”

Salvando las distancias, no es difícil reconocer en el sujeto propuesto por Levinas al sujeto de la experiencia analítica, en la medida en que se encuentra en disyunción radical con su ser por efecto de la división subjetiva. A pesar del discurso liberal del autor, en última instancia se trata de una subjetividad en conflicto con su propio cuerpo en el cual no dejaremos de ver a una de las figuras del “prójimo”, de ese Otro absoluto que jamás podría ser un semejante. Por eso Levinas caracteriza al cuerpo como el “eterno extranjero”. Ese exilio del sujeto respecto de su propio cuerpo da la razón de la represión y es esencial a la constitución de la experiencia analítica.

Lo que La lógica del fantasma define como la operación verdad se funda en la discordancia, la distancia, el conflicto, entre el enunciado y la enunciación, entre lo dicho y el decir. El inconsciente es esa misma hiancia, y es por eso que la operación verdad se concentraría en la fórmula: pienso, luego no soy. Pensar, en un sentido analítico, implica el rechazo del ser, del goce, del hecho consumado, y la aceptación de la indeterminación subjetiva. En resumen: asociar libremente.

Todavía más interesantes son los pasajes en que Levinas muestra cómo la discordancia entre el yo y el cuerpo desaparece, y da de ello dos ejemplos familiares al psicoanalista: el acto y el dolor.

“Al encarar un peligroso desafío deportivo, en un arriesgado ejercicio en que los gestos alcanzan una perfección casi abstracta bajo el aliento de la muerte, todo dualismo entre el yo y el cuerpo debe desaparecer. Y en la inclemencia del dolor físico, ¿no experimenta el enfermo la simplicidad indivisible de su ser cuando da vueltas en su lecho de convaleciente para encontrar una posición que lo alivie?”

No sólo es el dualismo entre el yo y el cuerpo lo que desaparece en esos casos, sino el sujeto mismo de la experiencia analítica. Tanto el acto como el dolor implican un eclipse del inconsciente, un rechazo de la división subjetiva y su indeterminación. Ambos se ubican bajo la rúbrica de la certeza., y basta comprobarlo en la consideración que Lacan hace de la acción en La angustia, así como en la de Freud acerca del dolor en Introducción al narcisismo.

II- El hitlerismo y la alienación

Es en este punto que Levinas llama la atención sobre la segunda orientación del espíritu que introduciría un cisma en la historia del pensamiento en occidente bajo la forma del nacionalsocialismo de Hitler. El autor advierte que esta posición subjetiva que conduce a “la barbarie sangrienta y a la abolición de la civilización misma” no surge de una “anomalía contingente de la razón humana” sino que está vinculada a una posibilidad esencial del sujeto. Para el hitlerismo la esencia del sujeto no está en su libertad sino en su encadenamiento. Promueve una identidad absoluta entre el sujeto y el cuerpo.

“Lo biológico, con todo lo que comporta de fatalidad, se vuelve algo más que un objeto de la vida espiritual, se vuelve el corazón. (…) Ser verdaderamente uno mismo no es echar a volar de nuevo por encima de las contingencias, extrañas siempre a la libertad del yo; es, al contrario, tomar conciencia del encadenamiento original ineluctable, único, a nuestro cuerpo; es, sobre todo, aceptar este encadenamiento. (…) Encadenado a su cuerpo, el hombre se ve rechazando el poder de escapar de sí mismo.”

El ideal germánico del nacionalsocialismo comporta, para el autor, una seducción y una comodidad. Se presenta como “una promesa de sinceridad y autenticidad” y, a la vez, aporta el “regocijo” de la facilidad de rechazar el esfuerzo de un sujeto que se debate entre diversas ideas tratando de encontrar su verdad. Levinas afirma que el sujeto del hitlerismo es un sujeto que “no puede jugar” con las ideas (¡rechazo del inconsciente!) ya que “se halla ligado sólo a algunas de ellas, como se halla ligado por su nacimiento a todos aquellos que son de su sangre.” La Stimmung del hitlerismo trasciende su dimensión estrictamente política. Se trata de una posición primaria y elemental del sujeto que reside en el encadenamiento como modo de existencia. La primacía otorgada al cuerpo es la primacía de lo consumado e irreversible. Esa adherencia del yo al cuerpo constituye “una unión a la cual nada podría alterarle el gusto trágico por lo definitivo”. Es importante subrayar que el autor deja bien en claro que el hitlerismo no inventa nada nuevo, sino que lleva al protagonismo político una orientación subjetiva estructuralmente dada desde siempre.

En esta descripción podemos encontrar, siguiendo al Lacan de La lógica del fantasma, la operación opuesta a la de la verdad, y que es la operación de alienación sintetizada en la fórmula: no pienso, luego soy. Se rechaza en este caso el inconsciente, el pensar, la asociación libre, el “juego” del significante y la indeterminación propia de la división subjetiva que el dispositivo analítico induce. El “no pienso” es equivalente a un “actúo” y por eso Lacan vincula la operación alienación al pasaje al acto. La lógica de este último va mucho más allá de sus manifestaciones clínicas más típicas, y se pone en juego toda vez que el sujeto se muestra refractario a la transferencia y a dar lugar a un tiempo para comprender. En cuanto al dolor, el otro ejemplo propuesto por Levinas, recordemos que la melancolización es la extrema abolición de toda posición deseante y del recurso a la palabra. La precipitación del sujeto en el ser está implícita en toda negativa a dar lugar a un tiempo para comprender.

El rechazo del inconsciente, del Otro como lugar de la palabra, implica una primacía del ello concebido como la estructura gramatical acéfala y muda de la pulsión. La identificación del sujeto con su Destino destaca el peso de lo escrito en detrimento de la palabra. En el registro de esta última es que se inscriben las formaciones del inconsciente, y es en el juego de los significantes donde puede darse lugar al equívoco y la contingencia liberadora. Sólo el equívoco salva del peso de los imperativos del Otro.

Hay que destacar que si estamos acostumbrados a pensar el suicidio como salida del fantasma y encuentro con lo real, olvidamos algo que la clínica muestra invariablemente y que es la realización, el peso, del fantasma del Otro, materno o paterno, el cumplimiento del mandato del super-yo, del Führer. Es el dictamen fatal del Otro (el “tú eres el que me seguirá” de La psicosis) que, como escritura, se arroga sobre sí “la inexorabilidad de la existencia” (Freud, Contribución al simposio sobre el suicidio) lo que empuja al suicidio. A menudo omitimos poner en un primer plano la incidencia del deseo del Otro en el destino del sujeto, y los efectos tanáticos de las enunciaciones fatales que cobran el peso de lo escrito. Por eso se hace necesario cuestionar ciertas ligerezas de la vulgata lacaniana respecto de la pretendida prescindencia del Otro en el pasaje al acto. Baste recordar el caso de la joven homosexual y el embarazo provocado por la mirada paterna antes de su intento de suicidio, para darse cuenta de que en el pasaje al acto hay una incidencia fatal del Otro y su dictamen.

III- Paradojas de la sociedad liberal

Hoy la política prescinde de las exaltaciones de la épica y de los líderes carismáticos. Lejos de los arrebatos del hitlerismo, el mercado libre no se muestra, al parecer, propicio a ningún “encadenamiento” trágico. Pero el psicoanalista no podría incurrir en el candor fatal de quienes creen conjurado el peligro. Las paradojas de la sociedad liberal nos confrontan con los aspectos opresivos de lo que Foucault llama la sociedad de control y que Lacan no vaciló en calificar como “un orden de hierro”. Aunque no tengamos un discurso racial que encadene al sujeto a su pasado étnico y nacional, asistimos en cambio a una difusión global de estándares corporales que pueden ser “libremente” cumplidos por gracia de las tecnologías del cuerpo. Sabemos por nuestra experiencia clínica el carácter imperativo que asumen dichos estándares globales. Junto al pluralismo, se observa el predominio de la homogeneidad y el unisexo.

El Destino ya no está escrito en las estrellas, pero se nos dice ahora que está escrito en los genes y la biología molecular. Tales sentencias carecen de asidero científico, cosa que a menudo se ignora por falta de una sana dosis de epistemología. Aquí cabe advertir tanto al ingenuo como al oportunista que una cosa es el hecho científico y muy otra cosa es la interpretación y la aplicación ideológicas del hecho científico. La clínica actual se muestra cada vez más determinada por lo segundo. La difusión de cierto charlatanismo cientificista es hoy pavorosa. Los psicoanalistas deberían recordarlo ante el canto de sirena de los promotores del neuromarketing y su erudición de contratapa.

En el campo de la salud mental, el rechazo del sujeto y la degradación de la clínica están a la orden del día en el main stream anglosajón. Paralelamente, el cuerpo mismo ha pasado a instituirse como el propio ideal. Asistimos a una preocupación, tal vez sin precedentes, por el ideal de la vida feliz y el cuerpo sano. El discurso nazi era un discurso radicalmente higienista y que a la vez exaltaba la belleza, la salud y juventud del cuerpo. Fue acaso la primera emergencia salvaje de la sociedad de control y el biopoder, aunque velada por el irracionalismo trágico del discurso hitlerista. Creemos estar lejos de todo eso, y en cierto sentido lo estamos. Pero cuando Lacan dijo que la época se encaminaba hacia una “degeneración catastrófica” ello no deja de evocar la advertencia de Levinas acerca de la promoción de una posición subjetiva en la que veía la abolición de la civilización misma.

Bibliografía

  • Levinas, Emmanuel: Algunas reflexiones sobre la filosofía del hitlerismo, Fondo de Cultura Económica, 2001, Buenos Aires
  • Lacan, Jacques: La lógica del fantasma, seminario inédito

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