Psicoanálisis y terapéutica
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Psicoanálisis y terapéutica

(Prólogo a un libro de Adriana Rubistein y otros)

En “Variantes de la cura tipo” Lacan dejó sentado por escrito, para incomodidad de algunos, que el psicoanálisis es una terapia. No lo hizo, por supuesto, sin aclarar que no es como las demás terapias. Calificar la experiencia analítica como “terapia” nos parece impropio cuando ella cuestiona todo ideal de curación y se centra en lo incurable. Cuando no tiene por fin la restitución a un estado de pretendida normalidad y rechaza el orgullo sanador. Cuando sostiene una ética contraria a todo esfuerzo por conformar al sujeto con la norma. Cuando se encuentra dirigida por alguien que asume una posición más bien opuesta a la del médico o el terapeuta. En el psicoanálisis el sustantivo “terapia” y el adjetivo “terapéutico” se encontrarían, entonces, despojados de su sentido habitual y plantean el interrogante acerca de su estatuto, porque lo terapéutico del psicoanálisis no será ciertamente del mismo orden que lo terapéutico de las otras prácticas. Pero por más enigmático que lo pensemos, la persistencia de ese significante en el campo analítico genera una tensión. Hay quienes preferirían librarse de esa tensión y abandonar el término en las manos del discurso del amo.

Este libro está escrito con el espíritu de quienes no están dispuestos a esa capitulación. Porque su tema es justamente esa tensión, que sus páginas postulan como inevitable. Ocurre lo mismo que con las categorías de sano-enfermo/ normal-patológico, de las que Freud dijo que eran inapropiadas para abordar el campo de la subjetividad, pero que sin embargo no podíamos prescindir de ellas. Del mismo modo, la dimensión terapéutica del psicoanálisis es algo que algunos querrían evacuar del campo analítico, pero que resulta, pese a todo, inevitable. Los agentes de la evaluación normativa querrían desembarazarse de los psicoanalistas que siguen estando presentes en el campo de las terapéuticas. Por contrapartida, los “militantes de la singularidad” querrían también desembarazarse de las innobles raíces clínicas del psicoanálisis. Es un mutuo y no deseado embarazo. Ya en los orígenes hubo analistas que en nombre de ideales filosóficos o revolucionarios, o de cierto nominalismo radical, abogaron por desligar la experiencia analítica de todo vínculo con la terapéutica, con el campo de la clínica, con el de la psicopatología, con las instituciones hospitalarias o universitarias. Porque hay quienes postulan que defender el valor terapéutico de la experiencia o diferenciar la neurosis de la psicosis es lo mismo que estar al servicio de la préfecture de police.

Por eso los autores de este libro se ven inmersos en un debate que es, también, interno al psicoanálisis. No se trata sólo de la disputa con aquellos que sostienen que el psicoanálisis es un ejercicio especulativo que no toca lo real del sujeto, sino también del debate con quienes parecerían reivindicar esa inutilidad en nombre del más allá de la terapéutica que sin dudas guía la experiencia analítica. No son pocos, de un lado y del otro, los que alentarían el divorcio definitivo entre el psicoanálisis y el campo de lo que él mismo interpela, que es la “salud mental”. Una ilusión que los practicantes del macdonalismo terapéutico sólo pueden sostener a costa de no darle nunca la palabra a lo que grita en los síntomas del sujeto enfermo. Y también a costa de negar una verdad que la presencia -todavía viva, es decir, molesta- de Freud encarna detrás de todas las refutaciones pseudocientíficas: y es que hasta ahora no se ha inventado nada mejor que el psicoanálisis.

Este es el punto clave. La palabra mejor. ¿Cómo entender esto –lo mejor- en el seno de una teoría y una experiencia centradas en lo incurable? Podemos -como algunos querrían hacer- reprimir su uso, así como el de las expresiones “terapia” o “terapéutico” en el campo analítico. Pero eso retornará en lo mejor, en la solución, en la reparación. El psicoanálisis es diferente de las otras terapias, pero el problema central es el de la valoración preferencial que le asignemos a esa diferencia. Podemos decir sin equivocarnos que no busca curar, y todavía se nos planteará la cuestión del valor de lo que, sin embargo, encuentra. ¿Es mejor o no? Sabemos cuál era la opinión de Freud. ¿Si no fuese mejor, por qué Lacan dijo que las otras prácticas conducen a “lo peor”? Incluso no se privó de decir que el deber del analista es “mejorar la posición del sujeto”. Por cierto, se trata de un “mejor” que se recorta en el fondo de lo que no hay, de la imposibilidad, de la incurabilidad. Pero está ahí, de todos modos. Está ahí y nos interpela. Puede matizarse el impacto de este significante todo lo que se quiera, apelar a todos los artificios del bien decir y a la coquetería intelectual que se asquea ante toda referencia a lo terapéutico. De cualquier manera, la aparición del término “mejor” hace que el puritanismo lógicista se vaya al garete. El puritanismo logicista. No la lógica. Y la lógica de la experiencia incluye su agujero, y por ello se encuentra en tensión con esta dimensión que es la de la posición del analista ante el padecimiento del sujeto. Hay aquí un sesgo valorativo, ético, direccional, que es ineliminable y singular, que nos viene a recordar que el deseo del analista “no es un deseo puro”. Allí donde algunos –que yo he llamado aquí “militantes de la singularidad”- creen que hablar de “mejoría” es plantear la adecuación del sujeto a una norma general, hay que decir que esa afirmación es por completo gratuita y que justamente deberíamos preguntarnos si no es precisamente la cuestión de la terapéutica la que confronta al psicoanalista con lo más singular de la experiencia. Porque la consabida distinción (y oposición) entre lo “terapéutico” y lo “analítico” únicamente se sostiene cuando por “terapéutico” entendemos una práctica guiada por otra ética diferente a la del psicoanálisis. Toda la cuestión estriba en desde dónde, desde qué posición calificamos algo como “mejor”, o hacemos un diagnóstico. Los impugnadores de la terapéutica suelen ser los mismos que creen que reconocer la diferencia entre la neurosis y la psicosis como algo real, y no como puro cartón pintado es incurrir en un cercenamiento autoritario de lo singular del sujeto. No les falta alguna razón, y hasta bastante razón, porque sabemos bien cuántas veces el diagnóstico y la idea de “salud” son herramientas del poder. Sin embargo, en este tiempo donde la tiranía del relativismo ve acercar su crisis, cabe señalar que el gesto que prohíbe hacer la diferencia entre el neurótico y el psicótico es tan restrictivo y brutal como el que prohíbe decir que el rey está desnudo. “Hay tipos clínicos”, dijo Lacan, y ese realismo también confronta al psicoanalista con la tensión inevitable del anudamiento de la estructura con lo singular.

La virtud que anima a este libro es la de hacerse cargo de esa tensión, sin caer en la resolución fácil de los clisés de moda. Interroga a fondo el estatuto de la eficacia analítica. No siente pudor ni temor ante el término, que a veces parece un patrimonio exclusivo de los objetores del psicoanálisis. Prosigue su interrogación a lo largo de toda la enseñanza de Lacan hasta llegar a sus últimas elaboraciones, demostrando que la clínica del sinthome y el paradigma borromeano ponen la cuestión de la terapéutica en primer plano a través de la noción de reparación. Rescata el espíritu freudiano al recordarnos el valor epistémico de la construcción del caso, que es el punto donde se anudan el tipo clínico y lo singular, impensable este último, dicho sea de paso, sin lo primero. Nos advierte también que todas nuestras fórmulas aspiran a ser algo más que garabatos, y que quieren ser contrastadas con la experiencia. Asimismo nos recuerda que la praxis analítica tiene lugar en el marco de una realidad social concreta y que se plantea al psicoanalista la cuestión de las posibilidades y límites de su intervención en el contexto institucional. Especialmente, el libro apunta al problema del tiempo del tratamiento y la determinación de su conclusión. Una guía firme para quien piense que la pregunta por la eficacia terapéutica del psicoanálisis tiene valor.

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