Psicoanálisis y economía
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Psicoanálisis y economía

Que el psicoanalista incursione en el campo de la economía se justifica en la necesidad de “tener en su horizonte la subjetividad de la época”. ¿Cómo hacerlo sin tener en cuenta una ciencia social que hoy parece desplazar a la misma política en el eje del poder, en un mundo en el que es cada vez más el mercado y no el estado lo que decidiría el rumbo de los acontecimientos? Por cierto, nadie ignora que los paradigmas económicos de producción, consumo y desarrollo, inciden en la vida de cada sujeto. Digamos de entrada que el deseo es algo común a ambas disciplinas, en tanto su provocación es “un factor esencial de la economía” (J.-A. Miller, Todo el mundo es loco, p.19). Pero el paradigma capitalista implica un imperativo de consumo más conectado con el goce que con el deseo (ibíd, p.22). Produce de manera acelerada e infinita los objetos como tapón de la división subjetiva. Esto es el plus-de-gozar, noción que Lacan inventa a partir de la de plusvalía. El objeto, en este caso, no causa el deseo, sino un circuito de consumo creciente y sin límite. ¿Ha de sorprendernos que el sujeto de la sociedad de consumo presente un perfil “adictivo”? Apenas hemos comprado la última joya de la tecnología y ya nos sentimos compelidos a comprar la siguiente. Si la sociedad capitalista está condenada a perder la batalla contra el narcotráfico no es por la complicidad de los funcionarios corruptos, sino por su misma lógica interna. El tráfico de drogas, uno de los negocios más rentables del mundo, es un paradigma sintomático de la sociedad capitalista, y lejos de ser un problema criminal es un problema cultural. Al fin y al cabo, no hacen falta drogas ilegales para que los cuerpos y el medio ambiente estén intoxicados. Es sorprendente la capacidad del sujeto capitalista para desconocer la formidable producción de desechos –tóxicos, a la corta o a la larga- que el consumo genera.

Como analistas no discutimos la mayor o menor eficiencia de un modelo económico. Pero la traducción ambiental, social y subjetiva del “éxito” es algo que nos concierne. No siempre las masas de los países que presentan índices de crecimiento favorables desde la lógica del mercado, tienen una mejor calidad de vida. Hoy podemos decir que la creencia del homo œconomicus en lo ilimitado del crecimiento, en que el mercado y la ciencia resolverán por sí solos el grave problema que ambiental y social, es algo interpretable como una ilusión, acaso más delirante que todas las precedentes. Otras épocas creían en la posibilidad del desastre. Épocas en que el sujeto hacía lugar a lo real, a la caída del “a mí no me va a ocurrir”, como decía Ferenczy. El capitalismo tardío tiene la catástrofe adelante y no puede verla. La niega forclusivamente. Recién ahora la Iglesia levanta una voz de alarma en la encíclica Laudato si, que trata sobre el cuidado –y el descuido- de nuestra “casa común”. El documento hace bien en notar que eso no implica solamente al medio ambiente, sino también al cuerpo propio, además de a los sectores más pobres del planeta que, dicho sea de paso, constituyen la mayoría. Es interesante que ahí se ponga en una relación de equivalencia a la tierrael cuerpo y el pobre. Son tres versiones del Otro en su dimensión real. No menos interesante es que la encíclica reconozca que el modelo tecno-económico dominante del libre mercado pone al sujeto en una relación de explotación con esas tres cosas. La tierra, el cuerpo y el pobre serían, usando términos psicoanalíticos, fuentes de extracción de goce, en el marco de una búsqueda de rendimiento inmediato y máximo.

El psicoanálisis constata que esa relación de explotación se reproduce en todo sujeto para consigo mismo. Lo anticipó Heidegger al ver el problema del sujeto y la técnica, advirtiendo la falta de serenidad –Gelassenheit– o desapego. Una cosa es hacer uso de un medio técnico, y muy otra distinta es estar forzado compulsivamente a ese uso. Porque si se da lo segundo, entonces no hay propiamente uso. Por eso Byung Chul-Han dice que hoy no se requiere de obediencia para ser exprimido hasta el agotamiento. La tecnología hace que todo el tiempo sea tiempo de trabajo y todo lugar sea lugar de trabajo. Por supuesto, uno puede apagar el dispositivo. Pero es cada vez más evidente que para el sujeto de la sociedad capitalista no existe verdaderamente esa opción. Podría existir la opción, si no fuera porque el sistema requiere que ella no exista. Ese auto-sadismo muestra el reverso oscuro de la Ilustración, como sostuvo Lacan en Kant con Sade.

Si el sujeto del liberalismo económico se pretende “vacunado” contra la fascinación de las ideologías, no por ello muestra serenidad. No le pesan los ideales de la tradición, pero lo abruma dialéctica del éxito y del fracaso. Si los valores republicanos de la Ilustración parecen inseparables del liberalismo económico, cualquiera nota que el principio de la división de poderes, esencial a la democracia, se ve seriamente comprometido por la formidable concentración de poder –nunca antes vista-en las grandes corporaciones. Ciertamente el fascismo y los fundamentalismos son enemigos de la dignidad humana. Con no menor seguridad podemos afirmar que no son los únicos.

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