Mujeres y mal de ojo
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Mujeres y mal de ojo

Hay un mundo allá afuera. Hay un mundo más allá de Recoleta, Palermo o el Sixième Arrondissment de Paris. Y hay que decir que ese Otro mundo está presente también allí. Algún día, tal vez, los psicoanalistas dediquen una Jornada o Congreso que lleve por título: Lo siniestro. Yo creo que difícilmente lo hagan, por el temor a meterse con ese tema y que se produzca una desgracia como el infarto de alguno de los expositores, un incendio, fallas en el sistema de sonido y traducción, o la súbita irrupción de alimañas repugnantes en el medio de un plenario.

Freud se interesó mucho por el campo de la magia, la superstición, el ocultismo y la creencia en fuerzas demoníacas. El progresista ignora todas esas cosas con brusca satisfacción, dado que para él (y acentúo lo masculino del artículo) vivimos en el nuevo orden simbólico del siglo XXI. Sin embargo, existe un mercado para nada despreciable de la brujería (llamémosla por su nombre), donde se prometen cortes y amarres. Esos profesionales de la magia a menudo compiten con los psicoanalistas, porque a fin de cuentas se mueven también en el campo del deseo. Dicen que pueden curar los males del amor y del odio, pero sobre todo de este último, que según la creencia popular, puede afectarnos a distancia. Lacan se ocupó de un modo esclarecedor del tema del mal de ojo y su relación con el objeto mirada, además de habernos dejado valiosas herramientas conceptuales para pensar estos temas. Sin embargo, cuestiones clínicas como la neurosis de destino, que tanto llamó la atención de Freud, han quedado en el desván de la teoría psicoanalítica.

Ciertamente la razón ilustrada hizo mucho bien al impugnar ese atado de creencias que, a lo largo de la historia, ha cobrado muchas víctimas. Basta leer el Malleus maleficarum –que interesó a Freud- para tomar conciencia de cuántas mujeres, sobre todo ellas, fueron torturadas y asesinadas por la ignorante superstición. Cuando las feministas afirman ser las nietas de las brujas que el patriarcado no pudo quemar, dicen una verdad que, a la vez, las ubica como herederas de la razón ilustrada. Eso es lo que hace más llamativo todavía el hecho, harto frecuente en la clínica, de que sean mayoritariamente mujeres las que hoy siguen creyendo en el mal de ojo. Por supuesto, hay una explicación política para eso, porque podemos decir que esas personas están sumidas en la ignorancia porque nadie se preocupó por sacarlas de allí. Además, el patriarcado habría hecho que las cuestiones del amor devoren por completo la vida de las mujeres, sin contar con que después de todo no es raro que ellas se resignen a la magia si la sociedad les niega otros canales de acción. También puede alegarse que a la dominación patriarcal le vino muy bien que las mujeres desconfiaran unas de otras pensando que la envidia de su “hermana” le pueda corromper a su hombre o a su bebé.

Con todo, el temor al mal de ojo, la apelación a talismanes, y el recurso a la bruja, es algo que hallaremos en mujeres de todas las clases sociales, incluso en profesionales universitarias o personas instruidas. Ese fantasma se acentúa particularmente cuando la mujer está embarazada. Es sobre todo en esa situación donde una mujer puede temer la influencia siniestra de otra mujer, a veces muy cercana. Resulta bastante frecuente que los maridos resten importancia a esos temores fantasiosos de la mujer, y hasta apelen a diagnósticos salvajes de paranoia. Porque el tema de la influencia es un lugar común de la psicosis. Si la influencia existe, porque no cabe dudar de eso, el psicoanalista la explica a partir de nociones como la de sugestión o hipnosis. Sin embargo, Freud se rehusó a dar por cerrado el caso de la hipnosis, fenómeno en el que él vio hasta el final algo enigmático y todavía no explicado del todo.

No siempre la mujer se equivoca tanto al querer preservarse a sí misma o a su bebé, de la “mala onda” de la otra mujer. Y a veces los hombres se equivocan cuando no prestan atención a esa inquietud de la compañera. Decir esto que escribo probablemente merezca la crítica de muchos colegas y muchas feministas. Sobre todo estas últimas pensarán que una vez más un varón viene a exiliar a las mujeres del campo de la razón para encerrarlas en lo irracional. Como sea, no es a los unos ni a las otras a quienes temo cuando toco madera.

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