Los muertos vivos y el barrio cerrado
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Los muertos vivos y el barrio cerrado

Desde hace algunas décadas la industria del cine –recientemente la televisión-recicla periódicamente el tema de los “muertos vivientes”. Las versiones varían en argumento y calidad, pero presentan ciertas coordenadas fijas. Nunca se trata de un zombie, sino de una abrumadora multitud de ellos, que, además, son caníbales. Los protagonistas invariablemente se encuentran asediados en una casa, un centro comercial abandonado, una fortaleza, o “encerrados” en su condición minoritaria. La aberración ocurre súbitamente, a veces sin explicación, pero nunca es producto de la magia o del demonio. La hipótesis, si la hay, se vincula a una manipulación biotecnológica -al discurso de la ciencia- operada por grupos económicos inescrupulosos –el discurso del capitalismo. El fenómeno es pandémico, y se da en un contexto de juicio final.

Si pensamos en el encierro de los protagonistas, en la situación de asedio, en la muchedumbre hostil, y sobre todo en el hambre que agita a esas masas de lúgubres autómatas, vemos que esa imagen puede ser la metáfora de la situación del hombre del primer mundo. Éste vive en un barrio cerrado, literalmente o no, cercado y amenazado por la creciente masa de quienes están “afuera”. “Los excluidos” no son unos cuantos rezagados que perdieron el tren, sino que son la inmensa mayoría de la población del planeta. Y son cada vez más. Como la de los zombies, esta es una masa doliente de seres que aparecen como extraños para la mirada del habitante del primer mundo. Éste sabe muy bien que hay algo allí, más allá de los muros físicos o legislativos de su barrio cerrado, pero no quiere saber nada de eso, aparte de los clisés que le llegan de los medios que lo desinforman.

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