La mujer “mala”
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La mujer “mala”

Una colección de viejas tarjetas postales alemanas describe castigos medievales aplicados a lo que podríamos llamar contravenciones que no llegan a ser delitos. La mayoría de esas penas consistían en la exposición pública bajo un letrero que denunciaba la falta del castigado. Uno de esos correctivos estaba reservado a las mujeres que maltrataban al marido. Expuesta en la picota con una máscara de dragón, el estigma Hausdrache –”dragón de la casa”- daba cuenta del motivo de esa pena: Strafe für die böse Weiber –castigo para las “mujeres malas”.

Lejos de la concepción de la feminidad como “débil” –idea más bien moderna en contra de lo que se cree- la antigüedad no consideraba como algo imposible la desdicha del marido, o que el maltrato estuviese siempre dirigido en un mismo y unívoco sentido. La fierecilla domada de Shakespeare, y la Historia del mancebo que casó con mujer brava del Infante Don Juan Manuel, ya mostraban que lo femenino no se identifica con la sumisión edulcorada.

La “maldad” de que se trata es doméstica, y no la de la mujer que delinque. ¿En qué consiste? ¿Se trata de las mujeres que le pegan al marido? Esas agresiones son raras, y aunque a veces se produzcan no revisten la gravedad de la violencia masculina. Hay que remarcar, por otra parte, que no tienen la misma significación. Tampoco se trata de la mujer infiel, la cual siempre fue objeto de castigos mucho más feroces que el de la ridiculización pública.

Jantipa, la mujer de Sócrates, nos acerca más a aquello de lo que se trata, pero es Dalila quien nos da clave. Esa clave no está en la intriga y la traición, que mueven a considerar a Dalila como “mala”. Hay que reconocer que el proceder de Dalila al entregar a Sansón al enemigo no se distingue del de cualquier espía, más allá de su sexo. Lo propiamente femenino reside en cómo ella le arrebata a Sansón el secreto de su fuerza, porque no lo hace con el arte de la seducción. Es con la insidiosa demanda que lo fastidia y lo enloquece. La insistencia de la voz femenina, el repiqueteo que no cesa y no tiene límites. “Ella me lima la cabeza”, se escucha en la clínica del lado masculino. Es obvio que el tormento no es viable sin un secreto consentimiento de la víctima. La demanda insidiosa no se detiene ante la capitulación del partenaire, ni ante ninguna concesión. Mucho menos ante cualquier esfuerzo de refutación. Eso no para. Y no para nunca. En esa insistencia de la demanda reconoceremos un goce que no puede ser negativizado.

Un artículo de Bergler y Jeckels llama la atención de Lacan en su octavo seminario. Ahí los autores señalan que a veces alguien busca hacerse amar por aquél que podría volverlo culpable. Dicho de otro modo, también los varones pueden estar inclinados a casarse con el super-yo.

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