Hacia un mundo sin delfines
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Hacia un mundo sin delfines

En El viejo y el mar, Hemingway nos hace saber que los delfines, nuestros hermanos, son “buenas personas que juegan, bromean y hacen el amor”. La tradición nombraba “delfín” al sucesor, haciendo de ese animal la metáfora del heredero y, por lo tanto, del futuro. Una mentalidad pre-moderna hubiese considerado de mal augurio la provocación de la muerte de un delfín. Es de mal agüero matar el futuro. Es como escupir sobre los hijos. Ahora se abrió la investigación por la pérdida de un “bebé delfín” en la costa argentina durante el verano, sin que haya certeza sobre si hubo responsabilidad humana en el hecho. El animal habría perecido a manos del compulsivo consumo de la imagen: en su afán de retratarse con el ángel del mar, tal vez los veraneantes lo hicieron morir por deshidratación. Es lo que se investiga, dado que no se sabe si estaba muerto ya, lo cual excluye la imputación penal. Cabe preguntar igualmente si se pensó primero en una posible asistencia de la criatura antes que en el goce de la “selfie” al estilo “show match”. Más allá de los hechos, la idea de que en nuestra costa se haya favorecido la muerte de ese ejemplar de la especie “franciscana” (en riesgo de extinción), es un signo de los tiempos que corren. Los de nuestro país y los del mundo. Particularmente para la Argentina es un pésimo augurio.

Ciertamente hay noticias más penosas. Como la del pequeño sirio de tres años cuyo cuerpo ahogado llegó a las playas de Turquía el año pasado, y que también devino un símbolo. El de los excluidos. No faltó la frivolidad en Europa tampoco, dado que el semanario Charlie Hebdo no se privó de la burlarse de esa muerte. Es de lamentar que ese medio haya cobrado notoriedad y compasión por culpa de un terrorismo tan brutal como imbécil. En cualquier caso me alegro de no haber dicho nunca je suis charlie. No ignoro que estoy hablando de cosas harto distantes, incomparables, como la muerte de un delfín y la muerte de un niño. Pero son señales de un mal inherente al estilo hegemónico de vida que las fuerzas del mercado imponen a nivel global. No se trata de la desaparición de un individuo, animal o humano, sino de la extinción de culturas y de especies. Tampoco se trata de malas intenciones, sino de un sistema de producción de subjetividad que encuentra su voz en las grandes corporaciones mediáticas. Asistimos a una homogeneización global que viene suprimiendo la diversidad cultural y vital del planeta. La pérdida de una cultura es tan grave como la de una especie animal. ¿Seguiremos engordando la mentira del pretendido pluralismo de la sociedad ilustrada? Nunca la historia conoció un poder más totalitario. Las vastas matanzas de Hitler, de Stalin o de Pol Pot admitían la identificación del crimen y del tirano. Ver la alambrada de púas hacía saber que se era un prisionero. Pero la forma que el poder adquiere en la era post-patriarcal hace posible la más generalizada, inadvertida, y políticamente correcta eutanasia de personas, estilos de vida y ecosistemas. Fue Huxley, y no Orwell, quien estuvo más cerca de soñar un mañana que es nuestro hoy.

El poder post-político del “fundamentalismo de mercado” aborrece la solidaridad, porque hace desaparecer al Otro –y lo Otro- como categoría existencial. La solidaridad que falta es también una solidaridad intergeneracional que compromete a los hijos, al futuro. Y no solamente por la degradación del medio ambiente y la vida amorosa. Nadie habla del “envejecimiento de la población” –fenómeno propio del capitalismo- que afecta a los países más poderosos. Su idolatría de la juventud vela el hecho de que en los países ricos de Europa ya no se asegura el recambio generacional. Quizás por eso se complacen en la reproducción de la propia imagen, porque en todo hijo, en cambio, siempre hay algo que no se nos parece. ¿Maternidad y paternidad llegarán a ser costumbres “bárbaras”? No se trata de hijos, sino del Otro. Freud supo ver en su análisis de “Macbeth” la afinidad entre el poder y la esterilidad. La soberbia y la voracidad de la sociedad liberal están ungidas por el triunfo. Ya en 1848 se nos advirtió que no hay nada sagrado para este poder que puede comerciar con todo, reirse de todo, acabar con todo. Ellos tienen el triunfo. Pero el acceso al futuro les está vedado. Se ha construido –hace mucho, sólo que recién hoy lo percibimos- un orden simbólico en que el Delfín ya está muerto antes de nacer.

Febrero 2016

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