Fuerza Mayor
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Fuerza Mayor

Fuerza mayor (R. Östlund, 2014) es un ejemplo paradigmático de cómo allí donde creemos habernos librado del padre y del Edipo, éstos retornan por donde menos lo hubiésemos esperado. Y en realidad no retornan porque nunca se fueron. La película, según la mirada fácil del progresismo, hace añicos al patriarcado, como conviene a la ortodoxia de nuestra época. El argumento es por demás interesante.

Papá, mamá y los dos pequeños lucen costosos equipos de esquiar y posan para la foto familiar. Es tiempo de vacaciones en un lujoso complejo turístico que los aloja en la montaña. Almorzando en la terraza del hotel, una avalancha de nieve inquieta a mamá y los niños, pero papá ostenta una satisfecha seguridad y desestima el peligro. Cuando la avalancha parece venírseles encima de manera más violenta, el jefe de familia huye despreocupado por los suyos. Eso sí, rescata su móvil, del cual nunca se despega. Todos salen indemnes, menos la imagen paterna. La cobardía física de papá no será nada frente a la cobardía moral que demostrará al negar el acontecimiento de un modo patético. La foto familiar se descompone rápidamente, y mamá empieza a darse cuenta de que papá deja mucho que desear como hombre, y que ella, además, está cansada de ser toda madre. Ya no quiere hacer la vista gorda frente a los deméritos de papá. Él, papá, no es un malvado, sino un pobre tipo, o más bien un miserable. Mamá ya no está dispuesta al disimulo ni a la dinámica familiar que sostuvo hasta ahora. El acto de contrición ante el grupo familiar que hace el padre con un patetismo lacrimógeno la harta todavía más. La burla a la farsa patriarcal se profundizará cuando ella se deje rescatar de un simulado accidente en la nieve por su marido. Él la cargará en brazos como macho alfa delante de los niños, pero ella no disimulará el carácter de farsa que tiene la acción. La familia se va del hotel siendo otra familia. Ya no será mamá quien cargue a los niños. El padre no camina al frente, sino al lado. Ella también se autorizará a decidir qué es peligroso y qué no. Los roles se flexibilizan, la autoridad se comparte entre hombre y mujer. La película destroza el semblante de la famila patriarcal. Pone en claro que no hay necesidad alguna del padre protector, idealizado, heroico. La perspectiva androcéntrica deja paso a una configuración más plural. Diríamos que el modelo de masculinidad tradicional que el papá encarnaba se sustituye por otro, por una nueva masculinidad.

Desde el psicoanálisis freudiano emerge otro punto de vista que no anula al anterior, pero que modifica las cosas. Cabe reparar en que el director nos muestra la montaña como un personaje más. Es una presencia, sin duda alguna amenazante. Eso está presente a lo largo de toda la película, y si hay un personaje que justifique el título, es ése. Es ahí donde encontramos al padre, y no en el pusilánime que se cree hombre por ganar dinero y proveer costosos estándares de vida. Lacan tampoco ignoraba que los semblantes tomados de la naturaleza son una metáfora del padre. Es la montaña la que impacta a la familia. Es la montaña la que pone fin al pegoteo masturbatorio del papá hacia su “cosita”, su tan preciado móvil. Es la montaña la que arranca la máscara de aquél que “nos hizo creer que era un hombre”. Porque lo que en la película se sigue esperando del hombre es que alguna vez pueda no someterse a la facilidad de sus pasiones personales, a su egoísmo, a su suficiencia, a su aterrado apego a sí mismo. Es ésa la confesión del papá: él es un “esclavo de sus instintos”. Confiesa su debilidad para decir “no” al goce. Y es eso lo que Lacan designa como carencia de la función paterna.

¿Desde qué punto de vista es censurable, además, que otro de los personajes masculinos de la película dedique poco tiempo a sus hijos para divertirse con una jovencita? ¿Si el goce es el único valor en nuestro nuevo orden simbólico, y si además las mujeres y los hombres son iguales, porqué imputar como un defecto la cobardía del personaje masculino? Se dirá, con toda razón, que el problema no es su falta de hombría sino su falta de amor y de sinceridad. Sin embargo, no puede soslayarse que el acontecimiento fundamental de la historia es que el hombre haya sacado el cuerpo (y su celular) de la situación peligrosa, actuando a contramano del principio “las mujeres y los niños primero”. Es ese momento de cobardía el punto central. En el fondo, es desde lo que exigimos en un hombre que juzgamos al personaje. La condición viril es la condición de prescindibilidad. El varón es, en esencia, desechable. Toda la importancia que se le da, y que él se da a sí mismo, es una defensa contra esta condición de fondo.

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