El “Escrache”: Segregación y progresismo.
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El “Escrache”: Segregación y progresismo.

n artículo de Adriana Carrasco (Página 12, 12–10–18) aparenta interrogar la práctica de la denuncia mediática (el llamado escrache) que se ha instituido entre adolescentes en los colegios secundarios. Según el texto, para la autora no existiría siquiera como posibilidad el caso de que quien es acusado de abuso sexual –un menor, además– pueda ser inocente. Ella se pregunta si la exposición pública ayudará o no al abusador a arrepentirse y deconstruir su masculinidad, pero da por sentado que, arrepentido o no, el acusado de abuso es efectivamente culpable de ello por más que lo niegue. Su palabra no vale nada. Quizás no falten razones para pensar que la mayoría de las denuncias son verdaderas. Incluso, tal vez, una abrumadora mayoría. ¿Pero existe la falsa denuncia de abuso sexual? En Estados Unidos las denuncias calumniosas de violación oscilan entre un 2% y un 8% (según el FBI). Pero esa cifra surge de los casos en que se inició un proceso judicial. La denuncia mediática entre adolescentes no pasa a la justicia. No hay juicio ni prueba. Se agrega a esta circunstancia la amplia interpretación que –a veces– puede darse a la noción de “abuso sexual”. Dicho sea de paso, mientras los progresistas avalan esta práctica punitiva que puede llegar al linchamiento mediático, al mismo tiempo critican al actual gobierno argentino cuando reparte condenas a través de los mass media, o dicta prisiones preventivas a los miembros de la oposición sin sentencia ni juicio previo.

Lacan advirtió que la caída de la función del padre determinada por el ascenso de la cultura del mercado traería sintomáticamente un aumento de los procesos de segregación. Entre ellos, el que atañe a la relación entre los sexos es el más importante. Aclaremos que hoy el sexo conflictivo es el masculino (en su versión llamada “hegemonica”), y que dentro de la palabra “mujer”, al menos culturalmente, bien pueden incluirse todos los avatares de La Protesta, como las comunidades LGBT. El espíritu de la modernidad ha puesto a hombres y mujeres conviviendo en espacios comunes. Si todavía se mantiene el principio de la segregación urinaria, es claro que eso ya ha sido puesto en cuestión. Sin embargo, conviene advertir que en esa convivencia, sobre todo la que se da en el mercado laboral, los poderes establecidos ven a varones y mujeres como sujetos de derechos desprovistos de la diferencia sexual conflictiva. Esa diferencia ignorada retorna en diversos malestares sintomáticos: violencia contra la mujer, aislamiento mutuo, soltería creciente, rechazo de la paternidad, profundización del desencuentro.

Tal vez no debería sorprendernos que, en nombre de los derechos de las mujeres y de valores progresistas, se haya propuesto la segregación de los sexos en el metro, o la prohibición del abordaje verbal callejero de la mujer por parte del varón. Lejos de ser nuevas, esas medidas eran propias de la sociedad patriarcal. En los países musulmanes es común que los sexos estén separados en el metro. En cuanto al llamado “piropo”, su prohibición fue establecida por la dictadura de Primo de Rivera en la España de 1920. Esas barreras que la modernidad dio por superadas se reinstauran hoy con fundamentos diferentes y desde una retórica progresista. ¿Acaso asistimos a la emergencia de los límites de un proyecto de la modernidad que se propuso la coexistencia de varones y mujeres en un mismo espacio?

La declinación de la función del Nombre del Padre (que no es lo mismo que el patriarcado) da la razón de dos cosas que se ponen en evidencia. Por un lado, las consecuencias de una virilidad que no puede ser asumida como tal y que por ello se traduce en agresividad. Si hemos de creer a las muchachas, para los varones la dimensión esencial del cortejo sería inexistente. Lo paradójico es que para el discurso progresista el cortejo ya constituye de por sí una degradación de la mujer, por más respetuoso y galante que sea. La otra consecuencia de la declinación del Nombre del Padre es el desfallecimiento de las instancias de autoridad que deberían hacer justicia, y cuya ausencia determina el recurso a las redes sociales como única salida para el dolor de la joven abusada.

Algo está muy podrido en la sociedad progresista, en ésta que es la nuestra, si son necesarios tantos talleres de reflexión para que los varones aprendan la más mínima noción de respeto hacia una mujer. Decir esto no implica para nada cuestionar esos recursos. Es improbable –y para nada deseable–; el retorno de los colegios de varones en los que ellos ya no podrían dañar a sus compañeras y tampoco correr el riesgo de ser estigmatizados por ellas. Sin embargo, la coexistencia de varones y chicas en el aula no impide que haya segregación. El progresista dice que los varones están desorientados. Yo diría que es él quien está desorientado. Y mucho. Y mal. Los varones no tardarán demasiado, por cierto, en acomodarse a los tiempos actuales. Pero no lo harán como el progresismo espera. El retorno de la dimensión tabú de la mujer, la segregación y la precaución extrema en su abordaje por parte del varón acaso sean las nuevas formas de respuesta. Si Lacan vio como un demérito la falta de iniciativa sexual de los varones de su época, hay que decir que lo que tal vez antes era inhibición muy pronto pase a ser astucia y sentido de realidad.

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