El enojo femenino
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El enojo femenino

La imagen de la mujer dócil es, contra lo que se cree, un clisé moderno. La antigüedad tenía una concepción muy diferente del carácter femenino. Guiado por los clásicos, Nietzsche sostiene que mientras el varón quiere a la mujer pacífica, ella es esencialmente batalladora. Es un error pensar ese rasgo como un demérito. Con facilidad cedemos al estereotipo de la “mujer histérica fastidiosa”, sin considerar que la pretendida imperturbabilidad viril es mucho más insana. En su ensayo sobre la ira, Michel de Montaigne nos recuerda que es una torpeza responder al enojo de la mujer con silenciosa frialdad. El varón que se muestra indiferente es cruel al hacer quedar a su mujer como una “loca”. Él debería enojarse también para no dejarla sola, porque hay enojos que son signo de amor. Si ella busca la disputa, es porque busca lo real en él. No conforme con imposturas narcisistas, llama al gesto que viene de las entrañas.

En el mismo lugar Montaigne refiere el caso de un funcionario romano que era famoso por su irritabilidad. Durante un banquete, el que estaba sentado junto a él trataba de acordar en todo para sostener una forzada armonía. Pero la condescendencia encendió el ánimo del enojón, que al fin exclamó: “¡Contradíceme en algo para que así seamos dos!”. La frase da cuenta de una lógica. Es importante ser dos. La virilidad tiende a ser “solipsista”, a menos que algo diga que no a esa inclinación. Lo que dice que no es lo que llamamos función paterna. Una función que bien puede estar encarnada en el partenaire femenino, en tanto la mujer es uno de los Nombres del Padre. A menudo el ser dos queda sepultado en las inercias de la Gran Costumbre o en la mutua indiferencia. También allí donde la voluntad de dominio de uno se junta con la voluntad de sumisión del otro, para aplastar el deseo de ambos.

Valeria Bertuccelli

No es fácil ni agradable ser dos. Ya sea excitante o amargo, siempre conlleva un vértigo angustiado, dado que la angustia es la señal de que nos hallamos frente a otro que es Otro, y no ante un reflejo de nosotros mismos. El personaje de “la tana Ferro” interpretado por Valeria Bertuccelli en Un novio para mi mujer (2008) ilustra muy bien cómo un temperamento agresivo no siempre busca opacar al otro ni derrotarlo. A veces apunta a todo lo contrario.

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