Diagnóstico y psicoanálisis
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Diagnóstico y psicoanálisis

Exposición en las Jornadas “Jacques Lacan y la Psicopatología” 15-11-14

Si algo no soy, es nominalista
J. Lacan

“Si Ud. no distingue la neurosis de la psicosis, que Dios ayude a sus pacientes psicóticos” le escribía Winnicott a una colega.

El diagnóstico en psicoanálisis forma parte del saber hacer ante el sufrimiento del otro y la experiencia analítica le es inmanente.

Esa experiencia tiene un estatuto ético, y las estructuras clínicas que se articulan con ella implican posiciones con un estatuto igualmente ético y no ontológico.

Así, podremos admitir que el psicoanálisis ha cambiado en sus formas, incluso en su conceptualización. Pero no que haya cambiado en su ética. Salvo que se haya convertido en otra cosa, que sin esa ética será no-psicoanalítica, por más que esté atiborrada de nociones analíticas.

Es la enunciación en la que se sostiene el diagnóstico, y la ética que la anima, lo que hace que él no implique un poder. Ese poder que sin duda está presente en toda clasificación, y que palpamos en otros discursos donde el diagnóstico está al servicio de la política.

No hallamos esto solamente en quienes sostienen el eterno rechazo del Otro. Si es eterno, es porque el progresismo lo sigue sosteniendo con mayor prolijidad.

En el altar del fetiche ideológico de la diversidad se sacrifican el tipo clínico y la estructura, concebidos como un atentado a la singularidad del otro y al nominalismo eclesiástico de la posmodernidad. No decir que el rey está desnudo es la esencia de la corrección política.

La idea de que la distinción neurosis-psicosis está articulada a algo real del sujeto responde a lo que podríamos llamar el realismo freudiano que se destaca hoy, como siempre, por el desprecio en que lo tienen los discursos dominantes, sobre todo el del progreso.

Pero hay épocas en las que el progreso es reaccionario, decía Schopenhauer. Emerson distinguía el partido de la memoria del partido de la esperanza. Harold Bloom nos advierte que hoy, el partido de la memoria es el partido de la esperanza.

Se piensa que hablar de estructuras es postular ficciones sin asidero real que velan la singularidad del sujeto. Pero ni para Freud ni para Lacan las estructuras configuran un todo. Ni en conjunto ni por separado. El diagnóstico no dice nada sobre un sujeto, pero marca ciertos límites a él y al analista, confrontándolos con lo real de su encuentro.

Los maestros de la verdadera psiquiatría palparon algo real al distinguir en el campo de la locura, como bien señala Maleval, la diferencia entre la invasión onírica y el parasitismo del significante.

“Las estructuras han estallado”, nos dicen. Como Freud, como el Nombre del Padre, como la diferencia de sexos, como las ideologías, como la lucha de clases, como la diferencia entre el que tiene y el que no. Esa es la cantinela del poder, que no ha hecho estallar nada pero lo desconoce con máxima eficacia y prolijidad.

Hay que estar acorde a la época, hay que ser actuales, se repite con insistencia de marketing. Se cita a Lacan (“que renuncie, bla, bla, bla…”). Pero también Lacan calificó de inepto al analista que no halla ningún motivo para interesar más que presentarse como acorde con la época.

Y lo que se nos quiere presentar como “la época” proclama evangélicamente el advenimiento de una diversidad que no es más que la ilusión con la que se enmascara ese poder cada vez más global, más homogéneo, más hegemónico, que es el del mercado.

El Otro es respetado. Es respetado siempre y cuando, como dice Badiou, sea demócrata parlamentario, partidario del libre mercado, vegetariano y feminista. Es decir, un igual. ¿Quién acepta la alteridad del psicótico? ¿El que reniega de ella, o el que la reconoce sin retroceder por ello? El respeto del Otro sólo es posible en el reconocimiento de su alteridad, y no sólo de la suya, sino también de la propia. Un analista aplica el psicoanálisis, antes que nada, al propio caso. Eso también implica un diagnóstico.

No siempre borrar las marcas simbólicas de un sujeto, su identidad, los restos memorables de sus acontecimientos, no siempre borrar eso es hacerle justicia. El poder actual nos quiere sin límites ni atributos, infinitamente maleables y manipulables. Como dijo Arendt, con los apátridas se puede hacer lo que uno quiera, y por eso los nazis les quitaron en primer lugar la ciudadanía a los judíos. Los argentinos sabemos también de la diferencia entre un detenido y un desaparecido sin nombre ni estatuto jurídico. Sabemos de la sangre y las lágrimas que se han derramado para defender la identidad y la memoria.

Las estructuras clínicas postulan un límite a la reconfiguración infinita del sujeto, una imposibilidad inaceptable para el narcisismo exacerbado de la sociedad liberal.

Decir que alguien es psicótico es decir muy poco, casi nada. Pero eso no surge, para el psicoanalista, de una operación clasificatoria, dado que el diagnóstico lo incluye a él y a su acto. Y es por ello que con ese poco de realidad el analista puede hacer mucho.

Si los tipos clínicos están vacíos, entonces es igualmente vacía la distinción entre los términos “lacaniano”, “cognitivo”, “organicista”. La diferencia entre nosotros y la ego psychology sería también vana espuma. ¿Decimos algo al afirmarnos como “lacanianos”?

“Hagan como yo. No me imiten”. Dijo Lacan con su humor irreparablemente francés. También dijo: “sean lacanianos si quieren, yo soy freudiano”. Pues bien, trato de hacer como él y no imitarlo. Por esa razón no me interesa tanto ser lacaniano, sino ser freudiano como él lo fue. Freudiano a la manera de Lacan. Eso también es sostener la orientación lacaniana.

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