Recuerdo una anécdota del fotógrafo brasileño S. Salgado que tras pasar varios meses en Ruanda capturando los horrores del hambre y de la guerra comenzó a sentirse enfermo. Orinaba sangre, le salían llagas en la piel, su cuerpo se desmoronaba. Alarmado, viajó a Europa a ver a su médico. Los estudios clínicos no arrojaron ningún diagnóstico. El médico, con una sabiduría que la ciencia ignora, le dijo entonces: “no estás enfermo; lo que te sucede es que has estado viendo gente muerta durante demasiado tiempo”.
En 1935 R. Caillois publicó su artículo sobre la psicastenia legendaria, en el que hablaba de los fenómenos de mimetismo y la incidencia del espacio circundante en el organismo. Allí remarcó que eso no siempre obedece a fines adaptativos. J. Lacan lo cita en su escrito sobre el estadio del espejo, y nos enseña hasta qué punto la organización del espacio visual configura nuestro yo, en el modo que vivenciamos el mundo, y a nosotros mismos.
¿Qué clase de subjetividad produce el discurso que se presenta hoy como dominante, el de esa Bestia que llamamos eufemísticamente “libre mercado”? La contaminación visual intoxica los horizontes. Pero esa polución no sólo nos priva del horizonte como paisaje, sino también del horizonte como deseo, de lo que guía nuestro peregrinaje como sujetos. Pareciera que en la actualidad sería un privilegio de los ricos el acceder a una visión no entorpecida por la incesante incitación al consumo? La Bestia escupe marañas de cables sobre un cielo menguante, escupe anuncios ante de las obras de arte, escupe pantallas que se interponen entre uno y el interlocutor, escupe prisas cuadriculadas ante cualquier forma de belleza. Nos bombardea de imágenes para que no podamos ver. Nunca fue tan cierto decir que tenemos ojos para no ver. Y esa ceguera es uno de los baluartes de la sociedad de control.
En la era patriarcal la censura prohibía películas. Su poder operaba por sustracción. Cortaba escenas. Amenazaba y castigaba a directores de cine, publicistas, artistas visuales. Era moneda común en otros tiempos, y esa restricción llegaba al ridículo con los gobiernos militares en La Argentina. Sin embargo, la forma autoritaria del poder generaba transgresiones. A su modo, a veces, no siempre, señalaba aquello que precisamente había que ver. El paradigma control del poder resulta ser compatible con la democracia. Y con razón, dado que el lema de La Bestia es: Nada es intocable. Esta forma de poder es harto más eficaz que la anterior, precisamente por no prohibir nada y permitirlo todo en materia de “libre mercado”. Es un poder que ya no se ve obstaculizado por el recurso a figuras autoritarias, siempre vulnerables y pasibles de ser atacadas y cuestionadas. Nos vuelve ciegos dándonos qué ver de modo constante y abrumador. El ojo atiborrado de goce pierde su potencia deseante.
Por eso la función del arte visual en la intervención del espacio no tiene un alcance solamente estético sino también sanador.