Barreda con Galarza
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Barreda con Galarza

La reciente condena de Nahir Galarza despertó protestas sobre la prisa y contundencia con que se juzga a una mujer, en contraste con los aletargados y a menudo injustos procesos en los que el imputado es un hombre. En el clásico Adam’s rib (Cukor, 1949) un matrimonio de abogados se enfrenta a partir del caso de una mujer que ha disparado contra el marido infiel. Mientras el protagonista masculino (Spencer Tracy) oficia de fiscal, su esposa (Katherine Hepburn) asume la defensa de la acusada. Ella hará notar que mientras se precipitan a castigar a la mujer, si hubiese sido el hombre quien se vengaba de la adúltera la sociedad sería indulgente.

Con motivo del caso Galarza, se señala que la injusticia sexista se hace evidente en el hecho de que el nombre del caso sea el de la mujer y no el del hombre (Pastorizzo). Este argumento omite el hecho de que nadie recuerda cómo se llamaban las mujeres que Ricardo Barreda asesinó en 1992, caso por todos conocido por el nombre del varón.

Más interesante que estos crímenes es su resonancia social, sobre todo la que tienen en el inconsciente de las personas. Freud advirtió que la fama de ciertos actos delictivos debe mucho a que cumplen deseos reprimidos que la mayoría no se atreve a confesarse. Cuando el episodio Barreda, no faltó la morbosidad de algunos hombres que secretamente o no aplaudían al varón “oprimido por las mujeres” que puso fin a su yugo. En contrapartida, hoy apreciamos la admiración de algunas mujeres hacia la que, matando al novio, “vengó” a sus maltratadas hermanas de sexo. Piden “libertad para Nahir”, y proclaman consignas como “yo también lo hubiera matado” o “muerte al macho”.

La guerra de los sexos se halla exacerbada por el discurso capitalista, pero existe desde siempre. Según Lacan se instaura a partir de las relaciones conyugales (Seminario II, p. 392). Ahí nos recuerda, con Tito Livio, que fue cosa corriente en las familias patricias que las mujeres envenenaran a sus maridos. ¿Hay que decir que ellos no eran precisamente angelitos? El campo de batalla es el matrimonio, justamente donde se esperaría que varón y mujer estén unidos. Sólo que el odio es un pegamento a menudo más resistente que el amor.

Hoy es obligatorio proclamar que la mujer es la única víctima de ese yugo, aunque los varones tampoco están tan felices con él. No es un dato menor que en el caso Galarza, como en el de Barreda, el vínculo fuese un factor central en la determinación de la condena. No se trata solamente del ataque a una persona, sino al lazo como tal. El carácter forzoso de esa unión era un pilar de una sociedad patriarcal cuya evidente declinación solamente es ignorada por el feminismo. No hay hoy una autoridad que fuerce a varones y mujeres a estar juntos. Pero el superyó no se ha visto debilitado por el ocaso de la instancia paterna, sino todo lo contrario. La pareja matrimonial es una de sus encarnaciones principales. Y contrariamente a lo que se cree, matar al otro no es un modo patológico de separarse, sino un signo de la adherencia a un goce que no tiene fin. Es la muerte la que los une para siempre.

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