I- Pasaje al acto
Ya en 1910 el suicidio adolescente preocupaba a los especialistas. En Contribuciones al simposio sobre el suicidio Freud no ahorra la crítica a la escuela secundaria, en su falencia para establecer la contención suficiente para sujetos que caminan la riesgosa cornisa entre la niñez y la vida adulta. Cambios corporales, exigencias del sistema, el futuro amenazante, el embate de la sexualidad emergente y la eventual frustración de la expectativa fundamental: la de ser amado. Los varones también aspiran a eso, y que haya que aclararlo ya es signo de que las cosas no están bien. La lógica del capitalismo era firme y activa a fines del siglo XIX, aunque todavía no se ponía de relieve su insidiosa capacidad para destruir los vínculos familiares. Eso se haría patente -e imparable- a partir del irrestricto imperio de la precarización laboral. La destitución de los semblantes y de los rituales del cortejo favorecen que el sujeto llegue a ese borde del discurso donde se produce el pasaje al acto. Lacan lo advierte en su Seminario XVIII (p.32). Suicidio, violación o asesinato son avatares de esa caída. El más terrible es el del chico que, armado, consuma una masacre en la escuela. Siempre son varones. Tras uno de estos eventos, Michael Ian Black escribía un artículo en el New York Times: “Los muchachos no están bien” (2018). Llamaba la atención sobre el deterioro de los varones, a los que describía como “destrozados”, sumidos “en el aislamiento y la furia”. En la serie que tanto ha dado que hablar se trata de un femicidio perpetrado por un adolescente (¿niño?) de 13 años. Las coordenadas del pasaje al acto preceden al crimen: el sujeto experimenta el embarazo a través de la humillación pública en las redes; la emoción lo embarga cuando la jovencita a la que él invita a salir lo desprecia. Acaso la gran repercusión de la serie sea un fenómeno en sí mismo, la explosión de un tema silenciado durante mucho tiempo. “Males que conocen todos, pero que nadie cantó”.
II- Bullying
El bullying en la escuela existió siempre. Lo agravante y novedoso es que eso se haga viral y público a través de las redes. El campo de batalla se extiende y el atropello no termina con el horario escolar. Sigue en la soledad del cuarto propio. Un mundo hostil asalta a los hijos a través de las pantallas y el hogar ya no es refugio. Sorprende en la historia que la niña cuyo asesinato da lugar al drama haya humillado al protagonista en las redes. ¿Es común que las chicas se burlen viralmente de compañeros varones? No me consta. Tal vez. Sabemos que es más frecuente lo contrario. Lo que sí es común desde hace unos años es que los muchachos de la secundaria se vean expuestos en las redes sociales como abusadores sexuales. Hay páginas destinadas al linchamiento mediático de compañeros de clase. Esto tiene graves efectos más allá de si el acusado de abuso lo cometió o no. Tal irresponsabilidad impone la pregunta sobre dónde están los padres y las autoridades. Aunque lo más importante que la serie nos muestra, es que el bullying que la chica ejerce sobre el chico se basa en estereotipos machistas. El mensaje es: “por ser débil jamás te amará una mujer”. Sabemos que el responder o no a ciertos modelos identificatorios divide aguas entre los “populares” y los que no lo son. El protagonista no es popular, y tampoco sus amigos. Pero la cosa va más allá del personaje de la niña. Desde las élites intelectuales, los medios, las películas, el sistema educativo, se transmite a los varones el imperativo de “deconstrucción”. Se los invita a no ser “machos”, a ser empáticos, sensibles y reconciliados con su “parte femenina”. Aparece la figura del varón arrepentido que pide perdón por ser hombre, y en nombre de todos los hombres (Enzo Maqueira, Clarín, 31-5-2015). Como si todos fuesen culpables. Incluso los niños, porque es cuestión de tiempo. Lo enloquecedor es que, en el recreo del colegio, el boliche, el levante, es decir, a la hora de la verdad, la retórica progresista se va al garete y el mensaje que impera es muy otro. Ganan los populares, que no están precisamente deconstruidos. Se dice a los varones que está bien que lloren -siempre lo hicieron, sin que la ilustración les diese permiso- pero el llanto y la queja no les sientan bien cuando se trata de seducir. Se desalienta el rol de hombre proveedor, pero luego eso aparece como una exigencia que no ha declinado en lo más mínimo. Lo peor de todo, y que según Lacan es signo de la degradación de nuestro tiempo, es que hoy se confunde la virtud de la fuerza con la agresividad. En el encuentro con la psicóloga, el protagonista encarnará esa nefasta confusión.
III- Píldora roja
La guerra de los sexos existió siempre, sobre todo a partir de las relaciones conyugales. Lacan lo remarca en su Seminario II haciendo referencia a la antigua Roma. Con el capitalismo, esa hostilidad se ha intensificado y expandido más allá del cerco matrimonial, cosa que Lacan menciona en “La agresividad en psicoanálisis” (Écrits, p.122) como rasgo inherente a una modernidad que elimina la “polaridad cósmica de lo masculino-femenino” para instaurar la tiranía del narcisismo. Afrontamos la paradoja de una escuela en la que varones y mujeres conviven superando la vieja segregación, pero la armonía brilla por su ausencia y los desencuentros se profundizan. La guerra de los sexos se hace más feroz a través de la confrontación entre feminismos radicales y la misoginia de quienes han tomado la “píldora roja”. Estos últimos son los que han descubierto que de las mujeres sólo puede esperarse explotación, y no amor. La “ley del 80-20” afirma que el ochenta por ciento de las mujeres sólo gusta del veinte por ciento de los hombres. Buscarían a los adinerados o los físicamente dotados. Los célibes -para nada involuntarios- habitan la “manosfera”, mundo virtual de blogs y foros que exaltan al macho e instituyen a las mujeres como enemigas. Ahí encontramos a los incels, el MGTOW, el MDH, el 4chan, y demás tribus masculinistas y antifeministas. No es para la risa ni la simplificación, sobre todo por la relación entre estos grupos y la emergencia de las derechas alternativas, apoyadas principalmente por varones jóvenes. Antagonista del “hombre arrepentido y feminista”, un líder de la ultraderecha argentina dijo que él “no tenía por qué pedir perdón por haber nacido con pene”. Autovictimización, sin dudas, pero también alusión al mensaje que viene del Otro desde hace unas décadas, a la denostación de lo viril. Algún día el péndulo iba a ir para el otro lado. Y para mal. ¿Por qué Andrew Tate, mencionado en la serie, cuenta millones de seguidores? ¿Por qué tantos varones se internan en esa senda? Los enfoques políticamente correctos –“masculinidad tóxica”, “patriarcado”, etc.- y la ideología de género no sólo no dan respuesta, sino que preceden al problema. El varón, invariablemente y sólo por el hecho de serlo, es visto como victimario actual o potencial, y en el mejor de los casos como “víctima del patriarcado”, lo cual empeora las cosas si es que hay algún interés en abordar a los jóvenes.
IV- Imputabilidad
Un niño de 13 años comete un crimen “de adulto”. ¿Qué hacer con él? La serie lleva a empatizar con el jovencito y su abrumada familia. No se nos muestra el dolor de los padres cuya hija fue asesinada de modo atroz. Las derechas sostienen que hay que bajar la edad de imputabilidad. Encerrar de por vida a un sujeto de trece años junto a criminales adultos se nos aparece como algo cruel. Por otra parte, el sujeto sabe muy bien lo que ha hecho, y al mismo tiempo no parece medir el alcance de su acción. La escena con la psicóloga nos deja la duda de si ella interviene “del lado del sistema” cuando le arranca la confesión, o si está buscando algún efecto terapéutico. En su escrito sobre criminología, Lacan sostiene que “la curación no puede ser otra cosa que una integración por el sujeto de su responsabilidad verdadera.” Y afirma a la vez que es aquello a lo cual tiende el sujeto “por vías confusas cuando busca un castigo que puede a veces ser más humano permitirle hallar”. Es necesario humanizar el tratamiento del criminal, pero no al precio de una decadencia de su humanidad, nos dice Lacan. Porque es en la responsabilidad que esa humanidad reside. En este sentido la psicóloga logra que el sujeto, que hasta ese encuentro negaba su acto, lo admita. Admisión ambigua al principio, pero que después deriva en un cambio de su declaración, de inocente a culpable. La palabra “castigo” repugna al progresista. Sin embargo, por más que se lo disfrace, es de eso de lo que se trata: de la pena que es inherente al sistema penal. ¿Debe ser severa? El psicoanalista no se pronuncia al respecto. Como sea, en un caso como este jamás podremos hablar de justicia, porque lo que prevalece es la tragedia. Con todo, aunque la pena fuese -o debiera ser- benigna, es importante que haya una sanción del acto como algo malo. Sabemos que hay matices. Sabemos que nadie está libre de culpas. Sabemos que entre el bien y el mal hay zonas grises. Pero la distinción entre uno y otro es esencial a la constitución del sujeto. Es lo que se postula en el Seminario VI (p.318). Para el psicoanálisis el sujeto es responsable. Siempre. Lo imputable y lo punible quedan a cargo del sistema jurídico.
V- Brecha
No se trata de culpas, pero hay una responsabilidad de los adultos en cuanto a la brecha que los separa de los adolescentes. Y ha sido mi hijo quien me lo hizo notar. Eso se ve en el segundo capítulo, cuando el policía percibe el malestar en su hijo y decide acercarse a él. Una decisión que bien pudo no haber tenido lugar. Es más cómodo dejarlos con la computadora que tratar de estar con ellos un rato. La compulsión al trabajo atenta contra los lazos familiares, pero nos hallamos ante la encrucijada de decir que no, alguna vez. Para nada sencillo, y hacerlo supone un desafío. Si hay una acción subversiva contra el sistema dominante es esa. Implica el coraje de enfrentar el ataque de la derecha –“hay que ser productivo”- y también el de la izquierda –“la familia es una institución opresiva”-. Las élites intelectuales prohíben la valoración de los lazos familiares so pena de ser tenido por troglodita, machista, patriarcal y heteronormativo. Le echarán la culpa al sistema, al malentendido estructural, a la inexistencia de la relación sexual. Tales espejismos velan la responsabilidad del sujeto adulto. “Basta con el padre, no hablemos más de eso” dice el representante de la opinión ilustrada. Lo cierto es que la serie que tanto ha ocupado a tantas personas habla de eso, malgré tout.