A propósito de Charlie Hebdo
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A propósito de Charlie Hebdo

El imperio de las imágenes es un tema que convocará próximamente en San Pablo al psicoanálisis de la orientación lacaniana. La imagen tuvo y tiene un gran poder para canalizar el discurso, y el arte de la caricatura satírica siempre prestó un servicio importante a la propaganda política. Una imagen es más que una imagen cuando deviene insignia, un rasgo a partir del cual la masa cierra filas y el sujeto cierra su convicción (de adhesión o rechazo). Es una novedad de nuestro tiempo la formidable reproducción y circulación –por no decir bombardeo- de la imagen a nivel global.

El terrorismo y la intolerancia no son nuevos, pero sí nos sorprende que un grupo de caricaturistas hayan sido el blanco principal de en la masacre atroz que tuvo lugar en París. Dejo de lado aquí la consideración política de un hecho seguramente más complejo de lo que en principio podemos apreciar. Ese mismo hecho abrió además un debate sobre el uso (o abuso, según algunos) de la irreverencia. Hay quienes han expresado (o pensado) un juicio del tipo “se lo buscaron”. Un dictamen a mi entender injusto, incluso si se lo hubiesen “buscado”. No conozco la trayectoria del semanario Charlie Hebdo y no necesito conocerla. Si los asesinados hubiesen sido racistas, xenófobos o “islamófobos” –cosa que no me consta-, no se justifica que fueran amenazados y mucho menos asesinados, por abusivas que fuesen sus caricaturas, siendo que la justicia ofrece otros recursos que la violencia a cualquier comunidad que se sienta ofendida.

En el Seminario 19 Lacan sostiene que “un feliz sistema político debe permitir que la tontería tenga su sitio”. A la vez, en el mismo curso vaticina que el racismo será un fenómeno en ascenso. Los géneros que cultivan la risa y la tontería no siempre tienen la virtud sanadora de lo insensato. El humor es por sobre todas las cosas el poder reírse de uno mismo y el no tomarse demasiado en serio los ideales propios. También es bueno reírse del otro cuando eso implica vaciarlo de la omnipotencia que nuestro temor y nuestro rencor le asignan. La irreverencia puede ser la sana negativa a inclinarnos ante el amo. Pero las cosas cambian cuando la risa escarnece al esclavo, cuando alguien se ríe de la sumisión de su hermano, y lo hace –lo sepa o no- desde el propio sometimiento a un significante amo diferente. A veces la frontera entre hacer deconsistir un símbolo, y burlarse de las personas que lo veneran, es frágil.

Una caricatura no hace sangrar a nadie y no se compara a un kalashnikov. Burlarse del otro, incluso burlarse sádicamente del otro como en el fenómeno del bullying, puede ser un proceder censurable y pasible de sanción, pero jamás será lo mismo que asesinar. Pero más allá del caso Charlie Hebdo, debemos considerar el problema de la construcción de la imagen hostil, la imagen del enemigo –Feinbild-. La fijeza de la imagen, su congelamiento, su capacidad para absolutizar un rasgo del otro aislándolo de la dialéctica del discurso, es un medio esencial para esa construcción.

Elvira Bauer fue la ilustradora de un libro “para niños y adultos” llamado “No te fíes del zorro en el prado ni del judío en su juramento” – Trau keinem Fuchs auf grüner Heid und keinem Jud auf seinem Eid (1936). El título ya nos anuncia el odio visceral de las irrefutables imágenes de este manual de antisemitismo para niños. La caricatura de un lascivo judío que abruma a la virgen germánica tratando de seducirla ofreciéndole un collar tiene un poder de totalización. El señor es todos los judíos. La chica es todas las alemanas (arias). La grotesca imagen podrá ser risible. Lo que la sostiene es atroz.

¿Podemos bromear con Auschwitz? ¿Diremos, parafraseando a Adorno, que después de Auschwitz se acabó el humor? La cuestión es desde dónde alguien ríe. Lo esencial es la enunciación, dado que la risa es un hecho de discurso, como todo hecho. No es imposible que un condenado a muerte haga un chiste sobre su propia situación. Es el paradigma del humor para Freud: el tipo al que van a colgar un lunes y dice “qué manera de empezar la semana”. Pero la risa del verdugo de la S.S., es otra risa. En Cabaret (Fosse, 1972) se satirizan las relaciones amorosas entre el ario y la judía, representando a esta última como una mona grotesca. Voltaire no es el único francés que ríe. También está la risa de Dieudonné. La irreverencia es un valor distinguible de la estigmatización racista. Pero a veces no es fácil diferenciarla de la humillación del otro, porque el límite entre atacar un símbolo y atacar al grupo étnico que lo venera es muy delgado. La humillación no hace humildes a las personas. Todo lo contrario.

¿Está el siglo más allá de la Massenpsychologie, cuando la misma “muerte de las ideologías” es un fetiche ideológico? El poder deja la forma patriarcal para sustituirla por la del control de un orden de hierro que no le resta ferocidad. No seré el primero en señalar que la sociedad de control segrega y excluye sin apelar a emblemas convocantes, sin invectivas de guerra. Y por eso excluye más radicalmente. Opera por ninguneo, traducción barrial de la Verwerfung. Pero el ninguneo –de lo que sea- nunca es gratuito. Lo rechazado retorna. Y lo que retorna es siempre lo que nunca se fue en realidad. Acaso sea excesivo postular la sociedad de control como forclusión generalizada. En todo caso sabemos que cuanto más fuerte es el rechazo, peor es el retorno.

¿Hace falta el bigotito de Hitler para que una masa cierre filas, para que la sociedad abierta se asemeje a un barrio cerrado? Del bigote -o del turbante- es más fácil burlarnos. Es más difícil, en cambio, hacer la caricatura de la sociedad de control. La obediencia de la masa es tanto más profunda cuanto los resortes que la determinan no son visibles. Ni siquiera se identifica ella misma como masa. Eso sí, está apilada en un gran paquete dentro del cual es negociada. El biopoder y el control influyen directamente, sin mediación de figuras autoritarias ni consignas que puedan suscitar objeción o rebeldía. La ausencia de estandartes hace pensar que el poder no tiene directivas, cuando en realidad ellas son más eficaces que nunca a la hora de determinar destinos. La tragedia, el mito, pueden haber pasado. La fatalidad del orden de hierro no. El acta de nacimiento nuestro siglo está escrita con la sangre del 11 de septiembre de 2001. Diremos que eso, justamente, no tiene que ver con nosotros, sino con “los bárbaros”. Samuel Huntington, el politólogo norteamericano que ha contribuido activamente a la construcción de una imagen hostil del Islam sostiene que sus fronteras, las del Islam, son sangrientas. ¿Las de Occidente no lo son?

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