Violencia de género
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Violencia de género

Si hiciéramos caso a los medios –no siempre confiables-, deberíamos considerar la violencia física en las relaciones de pareja como un fenómeno en crecimiento. Si el término “violencia de género” es pasible de una expansión que abarca diversos problemas, me limitaré aquí a la agresión física en las relaciones de pareja heterosexuales, mayoritariamente ejercida por el hombre sobre la mujer. La pregunta que interesa es si efectivamente se trataría de un fenómeno que crece a pesar de las campañas de prevención, la creación de nuevas figuras jurídicas, el agravamiento de las penas, la formación de centros de atención, el tratamiento cada vez más frecuente del tema en los medios y las redes sociales. Hasta hay series televisivas que testimonian de una sensibilización social progresiva respecto del tema. ¿No es paradojal el aumento de la violencia vincular?

Se podría objetar que exista en verdad tal aumento. Un primer reparo requeriría la revisión de la confiabilidad de las estadísticas. Otra objeción plausible podría consistir en que no es el fenómeno lo que ha crecido sino su detección. Ciertamente se denuncia hoy lo que antes no se denunciaba, y las campañas de prevención hacen que lo que se mantenía en secreto salga a la luz. El fenómeno, entonces, sería proporcionalmente estable mientras que es nuestro registro del mismo lo que aumenta. Pero si diésemos por cierto que la violencia como modo de vincularse al Otro sexo por parte de muchos hombres se ha acrecentado, eso plantea una contradicción a ciertas premisas de la era post-patriarcal. La declinación de la hegemonía paterna, la aparición de modelos de masculinidad pretendidamente nuevos, el ascenso del ideal de la igualdad de géneros, el protagonismo creciente de las mujeres, no parecen haber suavizado un malestar que de por sí es estructural, pero del que seguramente podríamos esperar manifestaciones menos dramáticas. ¿No es una paradoja que la “feminización del mundo” sea un fetiche ideológico de nuestro tiempo, mientras que la victimización mediática de la feminidad es algo que está a la orden del día? Cuando hablo de la victimización mediática me refiero a un imaginario social, más allá de las varias formas de victimización real de las mujeres. ¿Cómo sostener que la imagen cultural de la mujer ha experimentado un cambio sustancial respecto de la que ofrecía la tradición (cambio innegable en muchos aspectos), cuando al parecer las palabras “mujer” y “víctima” confluyen progresivamente hacia una identidad secreta en el discurso? No hace falta ser psicoanalista para saber que una víctima no inspira los mejores sentimientos, y en esto Elizabeth Roudinesco da en la tecla al decir que en la sociedad liberal el odio al Otro ha sido reemplazado por la compasión hacia la víctima.

No sería desacertado sostener que justamente el cambio de posición de las mujeres en el escenario social ha exacerbado la agresividad del grupo considerado como opresor. Se sabe que cuando un régimen empieza a debilitarse, se torna más violento y recurre a la represión. La agresividad no es un signo de fuerza ni de potencia, sino todo lo contrario. Acaso el aumento de la ferocidad masculina forma parte de los últimos estertores de un poder en decadencia, siendo el costo final y dramático de una revolución sin precedentes de las relaciones entre los sexos. Este razonamiento es atendible, pero mi posición es otra. Nada indica que tal revolución haya tenido lugar, ni que vaya a tenerla. Ya Lacan señaló como un problema de nuestro tiempo el hecho de que se tienda a confundir la virtud de la fuerza con la agresividad, que no es otra cosa que su degradación. Confusión que afecta directamente al lugar de lo viril en la cultura. Es cada vez más difícil para la subjetividad moderna distinguir el mero poder de la autoridad. En “La agresividad en psicoanálisis” Lacan también vio como un efecto de la modernidad el aumento de las tensiones agresivas entre el varón y la mujer. Algo no anda bien en la llamada sociedad de control. No pienso ahora identificar a qué obedece ese fracaso en cuanto a lo que se esperaría del trato entre los sexos. Acaso el director Lee Tamahori en Once were warriors, nos da una pista que debería considerarse. Un fenómeno mediático que vale la pena señalar es el del empuje progresivo que ejercen los poderes establecidos sobre lo viril hacia los márgenes de la sociedad, la cultura y la subjetividad. Cuando se postula que un hombre que no golpea a su mujer, que es capaz de amarla, y de mostrar sensibilidad afectiva hacia cualquiera sería un “nuevo hombre” (léase: otra cosa que lo que habitualmente se entiende por “hombre”), lo que se está diciendo veladamente es que ser un hombre es ser un canalla. A menudo se lo dice sin disimulo y en público. Hay una naturalización creciente de la idea de que la masculinidad es violenta, abyecta, insensible y brutal. Algo que no sería tolerado si estuviese dirigido hacia cualquier otro grupo social. La palabra “macho” ha pasado a ser un término execrable, olvidando que eso no designa solamente al fanfarrón impotente sino que nombra, en el fondo, a todo varón. No considero que haya ninguna “nueva masculinidad” en pensar la violencia hacia la mujer como un signo inequívoco de cobardía y de impotencia. En 1812 el reglamento de los Granaderos instituido por San Martín expulsaba deshonrosamente al que hubiera violentado a una mujer –incluso habiendo sido insultado u ofendido por ella-. Hay muchas cosas de la tradición que es bueno haber perdido, y los tiempos actuales ofrecen indudables ventajas. Pero la idea de que golpear a una mujer “no es de hombres”, parece haber desaparecido hasta el punto de que se la trata como si nunca hubiese existido. La demonización del imaginario viril y la victimización del femenino por parte de los poderes establecidos no parece dar buenos resultados y hay más de una razón para pensar que su efecto es más bien el de un agravamiento del problema. Cabe plantear la pregunta por el destino de una virilidad cada vez más desconectada del Nombre del Padre como resultado de la decadencia de su función. Menciono como un simple detalle el hecho de que en nuestra sociedad progresista sea cada vez más común que las madres toleren que sus propios hijos varones les peguen. Eso sólo muestra que tal vez no lo hayamos dicho todo acerca del Nombre del Padre. Lo que la sociedad de control pretende expulsar inevitablemente retorna. Seguramente no de la mejor manera.

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