Úrsula Bahillo. ¿Un punto de inflexión?
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Úrsula Bahillo. ¿Un punto de inflexión?

Un artículo de Euge Murillo, “Varones: el verso de la deconstrucción” (Páginas12, 19-2-2021), merece la atención de aquellos a quienes preocupa el flagelo social de la violencia contra las mujeres. El texto se diferencia de la mayoría de los artículos que sobre el mismo tema ese medio viene publicando desde hace años. Creo que en parte esa variación del punto de vista, que para algunos pasará inadvertida, fue promovida por el reciente femicidio de Úrsula Bahillo, una joven de 18 años asesinada con atroz virulencia en la ciudad bonaerense de Rojas. Como en muchos otros casos –la mitad o la mayoría- la muchacha había denunciado al agresor numerosas veces sin ser escuchada. La policía y el sistema de justicia local están involucrados de modo negligente o cómplice, por indiferencia o encubrimiento, de modo pasivo o activo, indirecto o directo. Si el imputado como autor del hecho es un miembro de la policía, es importante notar que no era un poderoso del lugar. No se trata del caudillo de la provincia o el dueño del pueblo.

Eso nos indica que el peso de la indiferencia de las instituciones responsables no recae sobre intereses económicos y políticos, sino en las estructuras machistas de pensamiento. El caso de Úrsula da la razón a Gilles Deleuze cuando sostiene la íntima ligazón entre el sadismo, el patriarcado y las instituciones. Deleuze explica con lucidez que la pertenencia a una institución capaz de funcionar corporativamente al modo de una mafia es un modo de renegar de la Ley. ¿Pero qué diferenciaría este caso de la dilatada serie de mujeres asesinadas ante la indiferencia judicial o policial, siendo que a menudo los fallos de la justicia demuestran una parcialidad obscena que se exhibe sin disimulo? Nahir Galarza recibió la condena con alada prontitud, mientras que el juicio a los imputados de haber asesinado a Fernando Báez Sosa lleva la marcha cansina del General Alais. Un dato particular del escándalo es que ocurra bajo un gobierno que enarboló la causa feminista como lema de campaña, que logró la legalización de la IVE y creó el Ministerio de las Mujeres, Género y Diversidad. El movimiento “Ni una menos” empezó en 2015 y desde entonces no podría decirse que el problema de la violencia de género no tenga espacio en los medios masivos de comunicación. Hace mucho que se habla del tema. Y se habla mucho. Acaso demasiado y mal. “Empoderamiento” de las mujeres, “desconstrucción” de los varones, “nuevas masculinidades”, “feminización del mundo”. Sin embargo, las estadísticas de violencia no han decrecido y hasta quizás hayan aumentado en cantidad y virulencia. Como si desde el lado oscuro se subiese la apuesta. Lamentablemente no creo que el caso de Úrsula haga que la sociedad argentina sea menos machista y menos indiferente. Pero tal vez sí constituya un punto de inflexión, casi de despertar, para algunas de las personas que hace tiempo trabajan y militan para frenar la avalancha de violencia. Porque lo que se impone es preguntarse sobre los límites y la eficacia del discurso de la deconstrucción, que la autora denuncia como meramente declamatoria. Estimo que esa pregunta está en el centro del artículo de Euge Murillo, que no por nada califica esa deconstrucción como un “verso”. El bombardeo retórico del progresismo cae en el agua, y al parecer no alcanza con que los hombres cambien pañales. El artículo muestra diferencias con la mayoría de los que suelen leerse. Por lo pronto, inéditamente apela a la opinión de hombres que trabajan en el tema. Además, los deja hablar. Lo que ella destaca es la ausencia de una acción política de los varones que los comprometa en algo que pareciera ser un problema exclusivo de las mujeres y el feminismo. Como si ellos no estuviesen involucrados más que como culpables o espectadores pasivos con cara de “yo no fui”. Los “deconstruidos” emiten opiniones políticamente correctas, amenazados por “la espada de Damocles de la mirada feminista”, al decir de la autora, pero eso no va más allá de las palabras. Además, ella remarca que las cuentas no cierran, porque si todos conocen a una mujer violentada, no hay nadie que conozca a un hombre violento. Más allá de la queja y del “algo habrán hecho” que algunas articulan, Murillo hace la pregunta que hay que hacer: ¿No es tiempo de imaginar un lenguaje propio de los varones cis heterosexuales? Concretamente, llama a la acción de los varones, a que se involucren activamente en el tema. El texto da cuenta de la necesidad de un cambio, pero de manera implícita parece reconocer que la retórica feminista no ha penetrado en los hombres, y que haría falta hablar otro lenguaje, el de ellos. Igualmente implícito es el reconocimiento de que la amenaza feminista que ella nombra como “espada de Damocles” no solo no amedrenta a los femicidas, sino que en el fondo no llega a tocar a la generalidad de los hombres. Aquí yo agregaría que el discurso hasta ahora dominante, es repelente en cuanto a los masculinos. Porque el mensaje ha sido –y sigue siendo- “todos (los varones) son culpables”. Acaso la autora tiene razón al afirmar que decir esto es incurrir en “pucheritos y autoconsuelo”. Pero el problema es que si todos son culpables, entonces ninguno es responsable.

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