“Soylent”. Una reflexión
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“Soylent”. Una reflexión

De suplemento alimentario pasó a la categoría de alimento. Este producto creado en Silicon Valley es un polvo soluble en agua que contiene los nutrientes necesarios para sustituir a la comida tradicional, más cara en tiempo y dinero, más expuesta a las bacterias, al vicio y a la felicidad. Su uso masivo realizaría el sueño capitalista que es el de lograr la separación cultural entre el acto de comer como función utilitaria, de la comida como experiencia libidinal. Sus ventajas prácticas son apreciables sobre todo en la “optimización” del tiempo de trabajo, para astronautas, para enfermos que ya no toleran el alimento sólido, para quienes sienten el comer como un mal necesario. No me hago ilusiones respecto de una solución al creciente problema del hambre, porque se funda más en las políticas globales, es decir, en la injusticia, que en la carencia de recursos alimentarios.

La idea de reducir el acto de comer a su aspecto funcional no es algo nuevo. Desde el legendario invento del sandwich, y la aparición del concepto de fast food, hubo otros precursores del soylent que no tuvieron éxito. No sabemos qué sucederá con este avatar reciente, pero sí podemos estar seguros de que el deseo del sistema capitalista no cejará en su empeño de separar el aspecto libidinal, erótico en el sentido más radical (que va mucho más allá de la “cena romántica”) del comer a fin de excluirlo del ciclo de la producción. Ese clivaje entre lo funcional y lo libidinal siempre existió. La novedad reside en cómo el capitalismo lo aprovecha y lo potencia. Se señala la ventaja de su facilidad, rapidez, economía y su carencia de todas las posibles magias que pueden infiltrarse en un almuerzo de trabajo. Nos dicen que este último es caro, no se disfruta verdaderamente, y se lleva a cabo bajo condiciones enervantes. Gracias a esta concepción, más acorde a un sistema en el cual no existe el tiempo libre, la persona estresada no tendrá que engullir. Pero tampoco tendrá que parar. Es fácil predecir que el sujeto presionado y estresado estará todavía más a merced del sistema que lo presiona. Con o sin soylent. No le echamos la culpa al producto.

Toda novedad técnica tiene sus ventajas, y la concepción de este tipo de alimentación las tiene sin duda. Interesa al psicoanalista el deseo radical del capitalismo, que es el de deserotizar lo más posible la experiencia. Cabe preguntarse si no es justamente el revés del deseo materno, que apunta a que el acto de comer esté impregnado de amor y de vida. Se objetará que el capitalismo justamente erotiza el consumo, y se apoya en la insaciabilidad del deseo sexual. Pero ya sabemos que la erótica del packaging con su fluidez y descartabilidad de los vínculos se diferencia de un erotismo que no se aviene a la retórica de factoría. Sin duda hay que dar razón a quienes nos previenen de cualquier apocalípsis, porque la vida se abre paso como los pastos que crecen en el asfalto, y no es imposible que el soylent, como cualquier otra cosa, sea algo disfrutable. Si llega a serlo, lo será gracias a nuestra virtud de habitar poéticamente el mundo y no gracias a un capitalismo cada vez más coincidente con lo que Freud llamó pulsión de muerte. Tampoco hay que estar ciegos. Hace cincuenta años un trabajador todavía volvía a su casa para almorzar. El trabajo se interrumpía para eso. Los niños hacían un solo turno escolar y al mediodía comían con sus padres. ¿Incurro por esto en la apología de los tiempos pretéritos, o en el crimen de señalar alguna ventaja de la familia patriarcal, o de la experiencia tradicional de la vida? No. Señalo los aspectos problemáticos de una tendencia que es paradigmática de lo que Freud llamó el malestar en la cultura. El sistema extrae el goce. La era pospatriarcal no nos entrega la libertad prometida. El clisé lacaniano de que el sujeto es siempre feliz y siempre goza es una verdad que, por ser verdadera, no nos sirve de mucho para entender lo que está sucediendo.

Que el nombre del producto esté tomado de la película Soylent green de los años setenta es algo que no puede escapar al psicoanalista. En aquella ficción “el soylent está hecho de gente”. Un fantasma de canibalismo anima la trama de ese futuro, hoy no tan lejano. Por supuesto, los promotores del soylent que ahora se lanza al mercado bromean con la ocurrencia y nos tranquilizan al respecto: “el soylent no es gente”. Es verdad, pero eso no descarta el fantasma del canibalismo. La sociedad capitalista es caníbal en su esencia, y todos nosotros somos objetos de consumo y de explotación.

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