Psicoanálisis y política (II): Despotismo y libertad de expresión
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Psicoanálisis y política (II): Despotismo y libertad de expresión

…la posibilidad misma del psicoanálisis está vinculada a la libertad de expresión.
J.-A. Miller, Madrid, 13 de mayo de 2017

La libertad de prensa tiene dos enemigos capitales: el tirano y el detractor, o más bien uno solo, porque el detractor no es más que el tirano desarmado.
J. B. Alberdi, Cartas Quillotanas, 1853

La Ley Gayssot promulgada por Francia en 1990 penaliza el negacionismo del Holocausto. Negación que se sostiene postulando que no existió, pero también trivializándolo, ya sea cuestionando el número de víctimas, ya sea negando que haya habido un plan deliberado de exterminio de los judíos. ¿Atenta esta ley contra la “libertad de expresión” de los historiadores neonazis? ¿Hay en Argentina mayor “libertad de expresión” que en Francia, cuando los funcionarios de nuestro actual gobierno pueden incurrir en la trivialización del terrorismo de estado de la última dictadura? Ninguna ley se los prohíbe. Quienes estamos en contra de esos negacionismos no discutimos el mal que conllevan, pero podemos discutir sobre si la prohibición es o no el mejor modo de combatirlos.

Dice Lacan en su Seminario 19 que un feliz sistema político debería permitir que la tontería tenga su sitio. Pero los géneros que cultivan la risa y la irreverencia también son materia de debate en cuanto a la libertad irrestricta de reírse. Quienes cultivan la risa a veces la ejercen con crueldad y, por cierto, sin tontería alguna. Si la irreverencia puede ser la sana negativa a inclinarnos ante el amo, las cosas cambian cuando la risa escarnece al esclavo. Una vez más podríamos recurrir al ejemplo francés. No siempre la risa de los franceses es la de Voltaire. Puede ser la de Dieudonné, un cómico a quien no falta el ingenio y cuya sátira de los israelíes apenas vela su antisemitismo. ¿A partir de qué punto los chistes sobre una comunidad empiezan a rozar el racismo o la xenofobia?

La libertad de expresión nos preserva del despotismo. El significante “déspota” proviene del griego despótēs que significa “dueño”. Tiene el sentido de “señor absoluto”, y se lo identifica fácilmente con “tirano”. La tiranía es un poder que se quiere irrestricto, lo cual plantea un problema dentro de la sociedad liberal. El déspota niega al Otro el acceso a la palabra. El sentido original del significante “déspota” ha de interesar al psicoanalista en tanto el despotismo no solamente es querer dominar la palabra de los otros, sino también la propia. No hace falta ser psicoanalista para saber que uno no es amo de sus palabras. La libertad de expresión sería el fundamento de la regla fundamental. Pero esa libertad reside en el consentimiento del sujeto a dejar que lo Otro hable en él y se funda, por lo tanto, en la restricción de las aspiraciones del yo. Ese yo que no admite restricción alguna. No por nada Freud lo nombra –apelando a una célebre cita- como “déspota sombrío”. Si hay un despotismo al cual el psicoanálisis se opone es al de un narcisismo que pretendería la libertad absoluta para sí mismo.

La defensa de la “libertad” no coincide con la defensa de la verdad. Esa verdad esencial al psicoanálisis, opuesta a la pretensión de un yo sin servidumbres. ¿Cuál es el mensaje de la Ilustración? Que no haya despotismo, por supuesto. Pero Lacan no fue el único que intuyó el lado sombrío de “Las Luces”, ése que lleva a postularnos a todos como déspotas de nosotros mismos. La verdad freudiana dice “hay sexualidad y muerte”. Eso cifra la experiencia tradicional de la vida – ésa que el hombre ilustrado cree haber modificado-. No faltará el nominalismo que nos recuerde que la verdad tiene estatuto de ficción. Pero así como Lacan advirtió que él jamás había dicho que no hubiese diferencia entre el sí y el no, las magias verbales del intelectual de derecha no podrán borrar la importancia de decir si la ESMA o Auschwitz existieron o no. Porque no todas las ficciones tocan lo real.

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