Princesas
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Princesas

A menudo las princesas de los cuentos más populares (BlancanievesLa bella durmiente, Rapunzel) encarnan un estereotipo de candor y pasividad. Un lúcido análisis de Alejandra Martínez, investigadora del CONICET (http://www.conicet.gov.ar/las-princesas-que-no-podemos-ser/), prolonga la crítica hacia lo que Jauretche llamó “la colonización pedagógica”. Centrada en las películas de Disney, la investigadora advierte que la felicidad femenina residiría en ser blanca, rubia y estúpida (insípida ternura y bondad inverosímil). Además, debe ser paciente en la espera del príncipe que la rescatará. Como todos los estudios basados en una perspectiva de género, lo que le interesa son las relaciones de poder que esos clisés refuerzan y que implican la superioridad masculina y anglosajona.

La “Barbie” real, Valeria Lukyalova y su madre

Hoy el discurso capitalista no es ni tan patriarcal ni tan zonzo como para descuidar el packaging y perder mercados.Hollywood ha reciclado su mensaje con versiones “feministas” de esos cuentos (Blancanieves y el cazador o Maléfica), y promueve nuevos modelos. Matrimonio y maternidad no son para nada imperativos del capitalismo. Para un sistema que privilegia el poder sobre el amor, y que quisiera a la mujer casada con la empresa, la princesa habrá de ser combativa, asertivamente fálica, y sobre todo independiente respecto del varón. Debe rescatarse sola, y no ser rescatada por Otro. Aunque hay que notar que, sin dejar de apreciar el valor de la autonomía de las mujeres, nadie –varón o mujer- se salva solo.

Disney siempre fue eficaz para echar a perder los cuentos clásicos para niños. Historias como las de los Grimm poseen un gran valor para el psicoanalista. Si Disney las despreció por no responder al american dream, la perspectiva feminista-progre lo hace porque ve en ellas la inducción de una pasividad opresiva por parte del patriarcado. Por supuesto, la pasividad inducida por la madre –infaltable en esos cuentos- nunca se menciona. El candor progresista dirá que la voracidad materna ha menguado gracias a la independencia de la madre misma, que ya no necesitaría los consuelos del hijo. En esto se desconoce el peso del factor sexual como tal, con la misma mojigatería que ostentan los sectores conservadores. Ciertamente pasar de la madre al príncipe no es un cambio auténtico. Sobre todo si “el príncipe” –o lo que sea-es lo que satisface la demanda de la madre. Estar “casada” con lo que responde a esa demanda sume a la mujer en un infinito letargo, aunque ella sea ejecutiva, cirujana o infante de marina. Porque ese letargo es el de la mujer que hay en ella. Acaso hoy la posesiva madre no demande un matrimonio exitoso para su “tardía compensación”. Pero cualquier cosa que demande para consolarse a sí misma de su propia castración tendrá el mismo efecto de aplastamiento. Hay que decir también –alguna vez- que si el modelo de la “princesa” no favorece a la mujer, está muy lejos de ser satisfactorio para el varón, al menos desde el punto de vista del goce.

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