La viveza criolla y el macho argentino
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La viveza criolla y el macho argentino

Este texto fue publicado en la Revista El Caldero de la Escuela, nº39, 1996. Hoy, en junio de 2018 lo subo a esta página con motivo del vergonzoso incidente de un argentino que en Rusia le hizo repetir obscenidades a una niña rusa de 15 años que ignoraba su significado.

Una vez observé el caso de un hombre que apenas soportaba el acto de pagar. Evitar todo pago era para él no solo una ventaja, sino un ideal de conducta, casi un imperativo que significaba, entre otras cosas, no pagar, porque, el que paga es un gil. Tal máxima individual se encuentra elevada al rango de principio universal en el tango Cambalache de Discépolo: “el que no afana es un gil.” El imperativo de no pagar, de ventajear, así como de sortear toda humillación y ridículo, están ligados a la obligación de ser vivo, y se encuentra profundamente arraigado en el pensar y sentir del argentino. Ciertas metáforas propias del lenguaje popular dejan ver la relación entre el dinero, el sadismo anal, y la homosexualidad. La fantasía de sometimiento anal está acompañada invariablemente por la angustia ante el vaciamiento y el despojo. Asimismo es interesante el uso de “gastar” o “gozar” como sinónimos de burlar. Lo central es la idea de un goce que el Otro extrae a expensas del sujeto “por atrás”: para Julio Mafud, es esencial a la “cachada” que el candidato no caiga en la cuenta de la celada. El acento no recae tanto en el perjuicio material como en el moral, esto es, en haber sido seducido. Por esto el desdichado protagonista de Chorra no cesa de repetir que “lo que más bronca le da es haber sido tan gil”. No hay nada peor para el argentino típico que el ridículo; ante esa posibilidad preferirá pasar por inmoral. Por su imperiosa necesidad de no ser jamás injuriado, el macho se quiere invulnerable e imperturbable, obligándose a una suerte de ascetismo profano. El macho se las banca todas; si algo lo afecta, lo oculta. Su ideal de invulnerabilidad es una versión fallida de la fortaleza, pues ser fuerte es poder soportar una herida, y no ser invulnerable. El vivo es un arquetipo de marginalidad. Pero esta última no es la de la delincuencia o la miseria (como en el caso del pícaro), sino que el vivo es alguien que no cree en las instituciones del Estado: su marginalidad es la del coimero y el colado, la del que está al margen de la fila. Es el cultor del amiguismo, el que se copia en el examen, el que se fue sin pagar, etc. Se trata ante todo de la marginalidad del atajo y la facilidad. Mafud describe al vivo y su visión infantil del mundo de la siguiente manera:

El padre piensa en él y ya lo quiere hombre. Es decir, macho. En una palabra: el vivo nace coronado. Sus padres lo van a inundar afectivamente Irá creciendo como centro y eje de todo lo que lo rodea. Pensará que el mundo está hecho para él y no él para el mundo Los mimos y las facilidades que le dan los padres, él se las exigirá a los otros. En especial, a la vida El mundo será para él siempre una jalea donde se revolcará hasta hartarse de blandura y de sabor dulzón.Este será el ideal de su cosmovisión. Si no lo realiza, se resentirá violentamente.

La debilidad del vivo reside en la abundancia y el exceso que marcaron su primera experiencia del mundo. La suya es la psicología del que ignora lo que es perder, y que carece del poder que encierra la falta: el deseo. En la neurosis obsesiva el trauma infantil no consiste en una experiencia displacentera, sino en el acontecimiento signado por el exceso de placer, de ahí que a menudo el cuadro clínico esté dominado por el tedium vitae que lo angustia. Un viejo chiste, ya casi elevado a mito de los orígenes, dice que el Creador favoreció con enormes riquezas a La Argentina -cuyo nombre ya es promesa de fortuna- y alarmado ante esa desmedida positividad decidió compensarla con los argentinos. Cabría conjeturar que acaso estos últimos no habrían sido tan malos de no haberse visto agraciados con ese favor. Ser el preferido del padre o de la madre puede constituir un privilegio más bien funesto según cómo se transmita. Borges afirma que el argentino, con excepción del que es pobre, se siente obligado a ostentar un poder de consumo que en la mayoría de los casos no corresponde a su circunstancia. Cree ser poseedor de un potencial tesoro el país y sus inagotables recursos y de un elevado destino. Una expresión fatigada por los políticos es la de “la Argentina que nos merecemos”; y esto se dice como si acaso no nos mereciéramos la que efectivamente tenemos. La tan loada riqueza potencial de la Argentina no funciona más que como mero emblema. Sucede en esto lo mismo que al hombre que poseía el billete de un millón de dólares y que no podía comprar nada con él porque no conseguía cambio: no lograba perderlo. Lo mismo le ocurre al varón que sucumbe a la neurosis. Bendecido con la masculinidad, detenta el pene, ese tesoro que guardará celosamente como insignia y garantía de suvirilidad; pero no le servirá de nada en tanto el temor a perderla no le permita ponerlo en riesgo.

La visión de la hembra como cosa vil es un lugar común del tango: pero el vivo se obliga no sólo al desprecio de la mujer, sino al del mismo vínculo amoroso. El deber de ser macho y el horror ante la propia inocencia lo empujan a la ironía, al sarcasmo y la crueldad. Enmascarando de agresividad el erotismo, practica con las mujeres la guarangada y el piropo grosero. Frente a la amante embarazada, estará forzado a preguntar: “¿Cómo se que es mío?”. La viveza, entonces, excluye el amor, porque según el vivo nunca se es tan gil como cuando se está enamorado. Mafud advierte que el macho argentino ve en el amor una circunstancia desgraciada en el que el sujeto cae involuntariamente antes que un acto o una elección. Dirá siempre: “estoy metido”, o “tengo un metejón”, pero no se atreverá a confesar “estoy enamorado”. Si se casa es porque ya es hora de sentar cabeza. La literatura argentina no es una literatura del amor; ello no significa que la referencia del amor falte, sino que la experiencia amorosa no tiene lugar central en nuestras letras. Y es que tampoco lo tiene en el alma del héroe argentino. En muchos países la ventilación de un affaire amoroso puede poner fin a la carrera de un político. En la Argentina dudosamente afectaría el apoyo popular. El político debe ser vivo ante todo. Por eso los argentinos no votarían espontáneamente a un candidato que tenga un aspecto intelectual, o que simplemente se destaque por una cualidad tan aburrida como la honestidad. El gusto del público ungirá al buen jugador de truco, al deportista o al mujeriego. Se prefiere que el líder posea cualidades “viriles”; las que desde la perspectiva del vivo no incluyen ni la intelectualidad ni la escrupulosidad moral. El machismo no distingue erudición deimpotencia sexual. En cuanto a la ausencia de escrúpulos, esta es propia del arquetipo del gran hombre como bien lo señaló Freud en su estudio sobre Moisés. El padre primordial, el macho arcaico, está más allá de la ley porque es él quien la dicta según su capricho. Invulnerable poseedor de todas las mujeres, fascinado por la magia del lenguaje, concibe el universo de acuerdo con su pensamiento. La neurosis obsesiva reproduce esta imago primordial, aunque mayormente de un modo negativo por medio de formaciones reactivas que lo llevan al desarrollo de una rígida escrupulosidad. Pero el obsesivo no deja nunca de estar en tensión con este padre brutal. La impotencia que padece no es más que el complemento de la omnipotencia que supone en este último. Siguiendo a Mafud, advertimos que esta misma imagen corresponde a la que el argentino tiene del Estado. Es la de un padre corrupto que exige moralidad en sus hijos. El Estado también obra con viveza. Y es que el argentino no ve en aquel más que el poder personal del Ejecutivo. El Estado en sí vendría a ser como una vaga abstracción; por eso el individuo se siente estafado cuando se le exige el pago de los impuestos. Robar al Estado no constituye un delito para la mentalidad tradicional del argentino. El Estado es un padre perverso, abusador, y esto en el mejor de los casos, cuando no ejerce un terrorismo brutal. Es muy común que en los chistes se represente la relación Estado-Pueblo bajo la forma de un abuso sexual (hace poco tiempo la publicidad de un partido político representaba la Argentina como una mujer golpeada). No es imposible que esa visión del Estado cruel y ventajero esté determinada en parte por la proyección del patrón de estancia que el macho argentino lleva en si intimidad. Un país con muchos caciques y pocos indios, donde los generales son innumerables como las vacas. Más acostumbrado a la condición de súbdito que a la de ciudadano, el vivo habita en un orden feudal, puesto que sufe en el caudillo –cualquiera sea- lo pone a salvo de la angustia que genera la más intolerable de las ideas: la de que el gran macho, el amo, el padre, pueda ser tan gil como él.

BIBLIOGRAFÍA

  • Mafud, Julio Psicología de la viveza criolla. Argentina: Distal (1984).
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