Her (2013), la estética de la esterilidad
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Her (2013), la estética de la esterilidad

1-Brahms dice que el arte no reside en inventar un tema sino en lo que se hace con él. El motivo del amor entre un hombre y un artificio que cobra vida parecerá innovaror pero no lo es. Eso no resta valor a la historia ideada por Spike Jonze y su lograda adaptación al escenario del siglo XXI. La amada, en esta oportunidad, no es la versátil muñeca de Hoffman, ni la escultura de Pigmalión, sino un sofisticado sistema operativo. De nombre femenino y voz glamorosa, es capaz de interactuar intuitivamente y de desarrollar una conciencia propia. Previsiblemente, el amo es también maestro iniciador en los asuntos del amor para un alma informática servicial y virgen de pasiones. Ella aprende y se deja iniciar. Supera al maestro, y se va para siempre.
2-El protagonista es empleado de una compañía que provee cartas emotivas. Si el cliente quiere conmover a su esposa para las bodas de oro, no tiene más que recurrir al servicio y tendrá una emoción prêt-à-porter. Esto tampoco es nuevo. Siempre hubo quien pagase al poeta par escribir la carta que él no se animaba a escribir. La película plantea la pregunta por la artificialidad o autenticidad de las emociones. ¿Qué hace que una pasión sea “auténtica”? ¿Qué la diferencia de una configuración afectiva asequible –comprable- a través de una droga, de una producción poética, de un dispositivo artificial cualquiera? El carácter engañoso de los afectos, la locura oniroide del amor, el despertar doloroso y la resaca es algo que la historia describe. “El amor es una locura socialmente aceptable”. Eso nos permite todavía seguir idealizando al amor porque también podemos idealizar la locura. Las cosas cambian si pensamos la locura como algo no muy diferente de los pasajeros espejismos de la embriaguez. Y es lo que dice el héroe: es algo que, como la resaca, hay que esperar que pase. El vínculo entre Theodore y su amante cibernética no es menos ilusorio ni está menos destinado al fracaso que los demás vínculos amorosos.

3-Podrían decirse muchas cosas del personaje de Samantha, el sistema de hechizadora voz. Lo brillante de que un sistema informático ultrainteligente, sin cuerpo, sin localización, heteróclito y diverso, sea metáfora de una mujer, es que nos habla de cuánto hay de todo eso en la feminidad. Samantha es “muchas cosas”. Ella no es una. Y es éste el significado de lo que Lacan designa como “no toda” (no “una”). La vulgata lacaniana suele tener una visión romántica de tal condición, como era de esperarse. No se atiende a cuánto de verdad hay en la idea nietzscheana acerca de la racionalidad extrema de la mujer. Una racionalidad sin anclaje en el cuerpo que puede llegar al punto de la inconsistencia. Samantha ama a cientos de usuarios en el mismo momento en que arde de pasión con Theodore. Aquí se revela la diferencia entre la lógica masculina del protagonista que dice “eres mía o no eres mía”, y la lógica femenina del maravilloso sistema: “soy tuya y no soy tuya”. Esto último, la verdad simultánea de dos enunciados contradictorios, es la tan glorificada inconsistencia que Lacan escribió bajo la grafía del significante del Otro tachado.

4-La estética del filme es lo central. Veremos una ciudad embellecida, sin conflictos, sin pobres, sin delincuencia, sin accidentes de tránsito, sin ruidos ni miserias. Sin basura. Es un exponente privilegiado de cómo la opinión ilustrada del siglo XXI ve el nuevo orden simbólico. Y nos lo vende con un packaging inmejorable, de cuidada prolijidad. Las emociones están igualmente procesadas. La perfección del goce, la dicha, es la única razón de existir y el mercado nos ayuda a alcanzarla. Los personajes están solos, comunicados con sus ordenadores. Theodore no es el único que sostiene una relación con su sistema operativo dado que en la película eso pasa a ser una práctica virtual. Una estética sin cuerpo ni historia, sin cicatrices desagradablemente sólidas, sin sangre, sin flatulencias, sin orgasmos viciados de muecas grotescas y fluidos genitales. Sin hijos. Hay niños en la película, pero nunca se ve a sus padres. El único personaje femenino que alude a un deseo de ser madre, a su poco tiempo para las relaciones donde el objetivo es pasarla bien, es una mujer con la que el protagonista tiene una cita que termina en la nada. Ese personaje nos es presentado de una manera siniestra, desagradable, bajo el perfil de la mujer de treinta desesperada y querellante. La Los Ángeles del futuro nos recuerda a una prolija zona de Buenos Aires, de calles polítcamente correctas, ganadas sobre un río empujado al exilio, sin colectivos, sin basura, sin mendigos ni “cabecitas”. Un lugar al que difícilmente podríamos llamar barrio, aunque no es imposible que llegue a serlo alguna vez. La prolija visión del del nuevo orden simbólico deja afuera a la abrumadora mayoría del planeta que sigue reproduciéndose. Un medio estéril es un medio cuidado, perfecto, no contaminado, controlado. Y sobre todo es un medio en el que no pasa nada. Cabe destacar que el protagonista no tiene hijos. Su amante cibernética es esencialmente no-madre, y la relación está planteada como para que nada que no sea el goce nazca de ella. Eso lleva a comprender mejor el carácter de resto, pese a todo nunca premeditado, que tiene el hijo en el seno de la pasión amorosa. Él siempre será una mancha en ese cuadro.

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