Gravedad
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Gravedad

(Alfonso Cuarón, 2013)

La retórica de taquilla, los clisés argumentales, la inconsistencia y la inverosimilitud científica acompañan a este producto de Hollywood. Sin embargo, el interés de este film empieza a develarse cuando la gravedad como fuerza de atracción empieza a ser pensada como metáfora del deseo y del lazo al Otro. Un desastre espacial pone a la protagonista a la deriva, sin conexión verbal con nadie y en un estado de gravedad cero en el que se hace difícil sujetarse a algo. Pero el drama espacial es la prolongación de un drama subjetivo: ella ha perdido a su única hija en un infortunio notablemente terrestre -vinculado a la gravedad- y tampoco tiene pareja, como conviene a la mujer moderna. Es una mujer sin ataduras. Y es esa condición, tanto física como libidinal, la que hace del film una metáfora de lo más insoportable de lo femenino como no-todo. Porque en realidad la feminidad lacaniana es eso: la ausencia de lazo al Otro, la predominancia del goce y la dificultad mayúscula para encontrar la vía del deseo. Una multitud heteróclita de restos fragmentarios de basura espacial destruye con insistencia las precarias construcciones (las modestas “totalidades”) en las que ella intenta lograr alguna estabilidad. Enfrenta el riesgo de convertirse ella misma en un desecho espacial, solitario, sin atadura. Un nombre viril Ryan, acompaña a un apellido “de peso” –Stone-. La intervención más bien paternal del partenaire masculino la orientará en su esfuerzo por llegar a la tierra y la posición erecta.

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