El tilingo
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El tilingo

En un artículo de la revista Confirmado (1966), Arturo Jauretche se ocupó de la caracterización del “tilingo”, rúbrica bajo la que se ubica a la persona de opinión simple y vacía, aunque no por ello humilde, dado que sus dictámenes son tan ingenuos como irrefutables. Al tilingo lo hallamos en quien explica los males de la sociedad argentina con la fórmula lo que pasa es que el pueblo no quiere trabajar. En tiempos actuales se agrega esta otra: cada vez hay más gente que quiere vivir en la calle Para el tilingo no existe la exclusión, sino la libre elección.

Jamás habla de política, sino de los políticos, que para él son todos ladrones. Jamás hará la crítica o la defensa de un programa de gobierno. Se centra en la corrupción del político, cuyo monumento se halla para él representado en el poder legislativo. Detesta a diputados y senadores porque en lo íntimo añora los buenos viejos tiempos en que las cosas se decidían en Campo de Mayo. Nunca se le cae una idea. No vota un proyecto sino a “gente honesta”. Y la honestidad reside en no robar, en no actuar pro domo sua, y destinar los recursos a aquello a lo que están destinados y no al beneficio personal. Eso está muy bien, salvo porque ahí no se toma en cuenta para nada la moralidad del destino de esos fondos como tal. Desde la perspectiva del tilingo, Hitler fue habría sido “honrado” si no desvió hacia su bolsillo las partidas presupuestarias para la compra de zyclon b.

Su discurso es el de la reconciliación sin justicia, verdad o memoria. Culpa al “populismo” de la conflictiva social, mientras apoya políticas generadoras de desempleo. Lamenta vivir en una “republiqueta bananera” pero consiente al General Pajarito. Dice venerar el trabajo –y es verdad que él trabaja-, pero sus referentes son los agentes de la especulación financiera. Al igual que la propaganda de la dictadura militar, encuentra a los responsables de la ruina nacional en los beneficiarios de planes sociales, o en las onerosas dietas de los legisladores. Nunca señalará a las entidades financieras, a los holdouts, a los bancos, a las vastas corporaciones económicas.

El tilingo no es de clase alta. Es un trabajador. Votará a un gobierno liberal que ya se sabe desde el vamos que reducirá su capacidad de consumo. Se ajustará el cinturón. Pasará penurias. No tomará vacaciones. No votó para vivir mejor, y esto lo muestra como “irracional” ante la izquierda perpleja. Pero el tilingo tiene sus razones. Apoya a su gobierno para que sostenga la muralla social que lo preserve del “aluvión zoológico”. Prefiere morir de hambre soñando que es gringo, antes que rozarse con esa fauna que le recuerda su destino sudamericano.

Aquí llegamos a la esencia del tilingo. Jauretche dice, lacónicamente, que el tilingo es un racista. Y es un racista convencido de que no lo es. Se olvida –se quiere olvidar- que vive en un continente de “negros cabeza”. Considera que únicamente hay racismo cuando se persigue a una “minoría”. Por eso el tilingo culto, eurocentrista, resume el estado de derecho en el “respeto de las minorías”, pero sin tener en cuenta a las mayorías minorizadas. Porque lo que sobresale en Latinoamérica es el racismo implícito en el desprecio y la persecución de las mayorías, dado que a diferencia de los países acostumbrados a ser metrópoli, la colonización pedagógica determina que en Argentina lo “bárbaro” no sea lo extranjero, sino lo propio.

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