El síndrome de París
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El síndrome de París

El politeísmo de la psiquiatría moderna no cesa de agregar entidades mórbidas al panteón del cientificismo, nuestra miserable religión. En 1986 el Dr. Hiroaki Ota aisló el llamado síndrome de París, perturbación transitoria que afecta a algunos turistas japoneses que visitan la capital francesa. Manifestaciones somáticas de angustia, depresión, despersonalización, ideación paranoide y desilusión, son algunos de sus previsibles rasgos. El privilegio de los nipones se explicaría en términos de “shock cultural”, dada su admiración por la cultura francesa y especialmente la Ciudad Luz como emblema de Occidente. La reacción se atribuye al contraste entre la expectativa fantasmática y la realidad. No está de más enterarnos de que también hay un síndrome de Jerusalén que afecta a judíos y cristianos, “poseídos” por espíritus de las Escrituras. Asimismo, el síndrome de Stendhal es padecido ante la contemplación efectiva de una famosa obra de arte, largamente anhelada.

El psicoanalista, que no idolatra la acumulación y la cantidad, puede prescindir de la abrumadora enumeración de síntomas. Reconoce en todos estos “síndromes” lo que ya Freud analizó en Un trastorno de la memoria en la Acrópolis. Se trata de diversas elaboraciones de la angustia, y Freud no disentiría con la idea de una histeria de angustia transitoria. Sabemos que la realización del deseo está signada por lo unheimlich. El extrañamiento del espacio que acompaña de por sí al viajero, confronta además la angustia inherente a la vacilación del fantasma. Porque cuando accedemos a algo largamente anhelado, es posible –no necesario- que estemos cruzando un límite. No es lo mismo la dama soñada –soñada e inalcanzable-, que el cuerpo vivo, deseante, ofreciéndose en lo real. En la Traumdeutung Freud nos dice que algunas ciudades pueden ser la metáfora del objeto del deseo. Eso también se aplica a ciertas obras de arte, de las cuales no es para nada infrecuente enamorarse (o angustiarse). No ha de sorprender que el turista experimente, según nos dicen, sentimientos de persecución. Después de todo se trata de cosas que nos obsesionan desde la infancia y que nombran el “oscuro objeto del deseo”.

La idea de Lacan de que los japoneses no serían analizables parece cuestionarse Se podría argumentar que en este caso hablamos de “un japonés en París” –mejor título para un musical que para una entidad nosológica -. Sin embargo, la histeria colectiva de 1997 con motivo de la emisión de un capítulo de la serie animada Pokémon tuvo lugar en Japón. Con todo, hay una verdad en lo que Lacan sostiene, porque la subjetividad japonesa da testimonio, como pocas, de la confrontación de la tradición con la modernidad capitalista. Como bien señaló Max Weber, toda tradición es enemiga del capitalismo. También la tradición católica, precapitalista, y es por eso que Lacan también ve como inanalizable al católico verdadero. La cultura capitalista de Occidente infectó la subjetividad japonesa con la “lluvia negra” –para usar una metáfora de Hollywood- de la modernidad… y la “nerviosidad”.

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