El piropo y la sociedad de control
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El piropo y la sociedad de control

El piropo es una práctica en retroceso y su prohibición acaso no haga más que matar lo que ya está muerto. Lo que ciertamente vive es lo otro, la agresión obscena. La prohibición del piropo no es una novedad. La dictadura de Primo de Rivera en España aplicó esa medida, incluyendo la galantería. El paternalismo conservador prohibía las manifestaciones del deseo viril cuando no eran funcionales a lo establecido. La actual prohibición del piropo, sin embargo, pone en juego otro paradigma del poder: el control. La prohibición se inscribe aquí en un marco regulador y en nombre de valores democráticos y feministas. Se dice –con razón- que la agresión verbal es el signo incipiente de las demás formas de violencia hacia la mujer. Más allá del debate sobre los límites que separan el auténtico piropo de la injuria, el feminismo invoca el derecho de una mujer a no recibir comentario alguno de un hombre –sobre todo de éste- acerca de su cuerpo. Incluso si es galante, incluso si es hecho con arte. Lo hallan incómodo, intrusivo, las ubica en un lugar de objeto. Y es que, como la etimología pone en evidencia, hay fuego en el piropo. El fuego del deseo puede asumir formas fascinantes, pero también puede quemar, herir.

Con todo, el piropo es un arte. Un género poético “menor” al igual que el chiste. Destacar su estatuto de arte no lo justifica. ¿Hay algún arte que tenga justificación? Como todas las artes, sublima tendencias eróticas perversas. Porque desde Freud sabemos de la estrecha relación entre sublimación y perversión. Como todas las artes, puede suscitar el escándalo y plantear la cuestión del límite entre lo que podemos considerar arte o no. Decir ha salido el sol viendo pasar a una mujer, es una metáfora. También lo es llamarla yegua o perra. Son ejemplos elementales. Hay piropos más ingeniosos, y también injurias más infames. El chiste comparte con el piropo estas vacilaciones. La tendencia sexual o agresiva que se satisface en este último podrá ser sancionada como chiste no tanto por su enunciado como por su enunciación. De lo contrario, el chiste deja de ser un rasgo de ingenio y pasa a ser la exhibición del goce sádico-anal del agresor. Sabemos que bajo el ropaje del chiste o del piropo se puede agredir al otro, y además impugnar su reacción de protesta invocando el argumento de que se trata “solamente” de un “chiste” o un “piropo”.

Podemos elegir qué obra de arte disfrutar y cuál no. En este caso la mujer no tendría esa opción. Ciertamente tiene derecho a no escuchar lo que no quiere escuchar. El problema que plantea la sociedad de control es que el mismo argumento puede ser sostenido por un fundamentalista -de lo que sea- que esgrima su derecho a no ver ni escuchar propagandas callejeras que juzgará degradantes, obscenas, ofensivas o violentas. Incluso su derecho a no ver ropas ajustadas o faldas cortas. Dado que algunas reglamentaciones contemplan la sanción de la mirada lasciva, el gesto facial o el silbido, cabe preguntarse si esos rigores se aplicarán también al varón homosexual que intente abordar, bajo el modo que sea, a otro varón –homosexual o no-. ¿Tendrá este último el derecho a la denuncia? El feminismo espontáneo de la sociedad de control es una nueva versión del puritanismo. Pero si la sociedad de control es, ante todo, una sociedad del derecho y la reglamentación, pronto nos daremos cuenta de que ella conlleva de modo cierto –tal vez no inevitable- a la acentuación de los procesos de segregación entre los unos y los otros.

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