El mulá nasrudin y el psicoanálisis
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El mulá nasrudin y el psicoanálisis

Debo a mi colega y amigo el Dr. Aarón Saal de la Universidad de Córdoba el conocimiento de la figura del Mulá Nasrudin. El hombre versado en la lectura del Corán y los asuntos que vinculan a los hombres con Dios es nombrado en la tradición musulmana como Mulá. Es alguien del llano –no hay clero en el Islam- pero a quien que se le supone un saber y que por lo tanto es tenido como hombre sabio. Acostumbrados a pensar la sabiduría como algo grave y pesado, más cercano a lo trágico que a lo cómico, más propio del rostro sereno que del rostro que ríe, hallaremos un tanto extrañas la sabiduría y la figura del Mulá Nasrudin, que se distingue de otros maestros por ser una suerte de “sabio tonto”. Sus anécdotas siempre concluyen con un chiste y no con una máxima moral. Las menudas aventuras del Mulá aprovechan la paradoja, el equívoco, el absurdo, la ironía, la perplejidad y los senderos de la risa. Siendo que lo principal suele ser solemne, lo cómico, el chiste y el humor son vistos como géneros menores o secundarios. Y mucho menos suelen ser tenidos como medios de transmisión del saber. En cierto modo, el Mulá Nasrudin es un sabio “de segunda”, aunque su fama se extiende por el Medio Oriente, Asia, y Europa del Este. Paradigma de la transmisión oral de la literatura, sus muchas anécdotas fueron repetidas en las innumerables noches de las caravanas. Sin embargo, ese perfil secundario es esencial, a mi juicio, a la eficacia de la enseñanza del Mulá y su posición. A diferencia de otros sabios no ocupa el lugar de amo, y en su persona el saber nunca es un atributo del poder. El estatuto de su saber es extraño, y a la vez no pareciera que él lo tenga a su disposición. El Mulá es como un tonto, un loco, o un niño, que acaso dice verdades pero las dice como por azar, bajo la forma de un saber no sabido, dejándonos siempre en la duda de si “es o se hace”. Se trata de alguien a quien no se la puede “sacar la ficha”. Esa tonta y liviana sabiduría es un ejemplo inmejorable de la posición del psicoanalista en la que, según Lacan, el saber está en el lugar de la verdad. No escapará por otra parte a quienes tengan algún conocimiento del Zen, la similitud de las acciones del Mulá con las de los maestros de esa corriente del Budismo. Dado que es un maestro sufi, Nasrudin puede ser contado entre los místicos, sobre todo porque su saber no se transmite a través de vías lógicas y racionales. Pero lo que más vincula a nuestro personaje con el psicoanálisis es el recurso al chiste como una vía de acceso a la sabiduría. Y digo aquí sabiduría y no conocimiento, porque el psicoanálisis ha sido definido por Lacan no como una experiencia de autoconocimiento sino como una experiencia de los límites del conocimiento. Es así como él entendió el “hacer consciente lo inconsciente”: experimentar lo real de un imposible de saber. Recordemos que Lacan siempre identificó la estructura del pase con la del chiste, y esto se debe a más de una razón. De los millares de cuentos del Mulá, me detendré en uno solo.

El Mulá Nasrudin fue invitado a dar un sermón. Se subió al púlpito y preguntó a los oyentes: “¿Ustedes saben de qué voy a hablarles?” Todos contestaron que no. “Entonces no hay sentido alguno en hablarle a gente que no tiene la menor idea de lo que voy a decir”. Y se fue. Confundidos, volvieron a invitarlo a la semana siguiente y el Mulá hizo la misma pregunta: “¿Saben de qué voy a hablarles?” Todos contestaron que sí. “Entonces, dijo, no les haré perder su tiempo”. Otra vez perplejos, volvieron a invitarlo para dar el sermón y Nasrudin hizo la misma pregunta: “¿Saben de qué les voy a hablar?”. Esta vez la mitad de la congregación contestó que no y la otra mitad contestó que sí. Nasrudin dijo: “Bien, que la mitad que sabe le cuente de qué se trata a la otra mitad que no sabe”. Y se fue.

Cabe advertir que el verdadero objeto de la burla del Mulá no son los oyentes sino el lenguaje mismo como saber establecido. Él no se deja embrollar por eso, ni tampoco se presta a que los otros se embrollen a sí mismos perdiéndose en los desfiladeros de las argumentaciones. Nasrudin se rehúsa a ocupar el lugar del ideal, y si lo hace únicamente es para hacerlo vacilar, para señalar su inconsistencia. Como Walt Whitman, sabe que la lógica y los sermones jamás convencen y que la humedad de la noche penetra el ser más profundamente.

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