El analizado cool *
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El analizado cool *

por Marcelo Barros **

Muchas gracias a todos los integrantes del Departamento Enlaces por esta invitación. Lo primero que vino a mi mente cuando me propusieron hablar sobre este tema fue una carta que está publicada en un libro que se llama El gesto espontáneo,[1] donde Winnicott le escribe públicamente en un diario a un ministro de salud inglés, Lord Beveridge, quien había tomado una serie de medidas que él, Winnicott, consideraba perjudiciales para el sistema de salud en Inglaterra. Entonces, después de enunciarle todas las críticas al ministro, le dice: “Y por todas estas razones, yo a usted lo odio”.

Me sorprendió: no es raro odiar a un ministro pero es raro decirlo; decirlo en una carta pública y que, además, quien lo diga sea un psicoanalista. Existe la idea de que el odio es una pasión bastante desprestigiada y que hay una gran incorreción política en decir “yo a usted lo odio” o decir que uno odia a cualquiera, a pesar de que el odio es una materia abundante siempre y que en este momento se siente particularmente. No solamente aquí en Argentina, sino que recuerdo a nuestro colega Jorge Forbes, creo que en el encuentro de San Pablo, cuando dijo: “En este momento en mi país, se vive una guerra civil de palabras en las redes sociales”. Sin embargo, a nivel del discurso, nadie odia a nadie. Hay una prohibición tácita, implícita: “¿cómo vas a decir eso?” Uno puede afirmar que el adversario es un corrupto, un asesino, etc., acusarlo de toda una serie de cosas, pero uno no puede decir que lo odia.

Algo de lo que dice Winnicott no está ausente en Freud, quien en su estudio sobre el presidente Wilson, dice: “El odio al padre es imprescindible en cualquier niño que tenga la más mínima pretensión de masculinidad”.[2] Es una afirmación que chocaría un poco o mucho con la sensibilidad de la época, con lo que podríamos llamar “el pathos liberal”. El pathos liberal, como producto de una ética de mercado, rechaza toda actuación extrema y sobre todo, toda violencia; el intervencionismo estatal es visto ya como violento, y desde allí se llega al lenguaje políticamente correcto que es ése que buscaría no ofender a nadie. Recién me enteré que en esta semana en el estado de Mississippi sacaron de las escuelas secundarias la novela Matar a un ruiseñor, una novela claramente antirracista. ¿Por qué la censuraron? Porque en ella se dice la palabra “negro” –nigger-, que tiene una connotación peyorativa. Pero eso es como si yo decidiera prohibir la película La lista de Schindler de Spielberg porque los nazis en la película dicen “judíos de porquería” o hablan mal de los judíos. Hay ciertas paradojas que van produciendo esta sensibilidad que es un poco lo que presenta la novela Un mundo feliz de Huxley: una posición del sujeto, sobre todo el heredero de las Luces, que habría alcanzado la mayoría de edad, que estaría libre de la servidumbre de todo amo, pero también libre de lo que Freud llama “las servidumbres del yo”, o sea, una posición supuestamente libre de las pasiones, más allá del encandilamiento de las identificaciones y de los efectos de masa. Esta es una posición decididamente anti-trágica, anti-mítica y, por consecuencia, anti-poética.

Jacques-Alain Miller en el curso Un esfuerzo de poesía trabaja sobre la oposición o la tensión que hay entre la modernidad, el espíritu de las Luces, y la poesía en su relación con el oráculo, presentándose como dos cosas antitéticas.[3] Ya había tratado sobre eso en un curso anterior, en El partenaire-síntoma, sobre el final de su estudio sobre Voltaire, donde trata justamente del odio que Baudelaire, como poeta, sentía hacia Voltaire, porque para él, Baudelaire, alguien que rechaza el misterio de la poesía y de lo trágico es un canalla. Pues bien, J.-A. Miller sostiene ahí que el siglo XXI posiblemente va a ser un siglo menos trágico que el siglo XX, menos desgarrado por esas pasiones ideológicas tan desatadas y que llevaron a las dos guerras mundiales (para mí fueron más un efecto de las crisis del capitalismo, que de las pasiones ideológicas). Así, nuestro siglo estaría llamado a ser un siglo más cool, con un sujeto que no se toma nada muy en serio, que mantiene el keep smiling, dice J.-A. Miller, de los norteamericanos: “mantengamos la sonrisa, no nos apasionemos demasiado por nada”.[4] Y en algún punto, hasta ahora –no sé qué depara el futuro, no hago futurología–, se podría decir que eso se puede seguir sosteniendo. Pero en un sentido, hay ciertos fenómenos paradojales que harían desconsistir un poco esa afirmación. Al pasar, diría que la idea es que el sujeto moderno está libre de las pasiones, también libre del efecto que produce la decadencia de los grandes relatos o la caída de los grandes relatos –acá es donde interviene la cuestión de la poesía–, porque la caída de la tragedia, de toda narrativa desde la que se piense el tiempo es, según Lyotard, lo que define a la posmodernidad. Esta decadencia de la tragedia fue señalada por Lacan y también se ve en la teoría psicoanalítica en la medida en que nos planteemos qué lugar le damos al mito o al Edipo dentro de ella.

Quisiera plantear como pregunta esa idea del analista como libre, o más allá del encandilamiento de las identificaciones, de las pasiones, del efecto de masa, etcétera, ya que hay algo del análisis que conduce hacia eso. La pregunta sería qué diferencia habría entre ese sujeto desapasionado y el yo autónomo de Hartmann y la esfera libre de conflictos del yo. No digo que no haya una diferencia, pero sería bueno marcarla.

Para resumir: mi aporte, previsiblemente, es un aporte freudiano. Para abordar el tema de las pasiones, hay un artículo de Freud en el que me parece que se destaca el tema. Es su artículo sobre la conquista del fuego.[5] No voy a hacer un comentario –el artículo es muy interesante–, ni del mito de Prometeo ni de las conclusiones que saca Freud, pero sí señalar que Prometeo, para Freud –y recordemos que este artículo es complementario de El malestar en la cultura– es un antecedente mítico del sujeto moderno, es un héroe cultural, un héroe del progreso, un héroe de lo profano. Él es el símbolo de la rebelión contra los dioses, en tanto los dioses encarnan lo real y el misterio. El espíritu de las Luces es un espíritu al que le repugna el misterio, como dice Jacques-Alain Miller en el curso citado.[6] Esos dioses son los habitantes de un mundo encantado y Prometeo es el que lleva adelante la cruzada por el desencantamiento del mundo. Esto trae una consecuencia, dice Freud, porque el castigo de Prometeo es la venganza de las pasiones a las que no se les ha reconocido un lugar. Ese castigo consiste en que él es encadenado en la roca del Cáucaso y hay un águila o un buitre –me parece que más un águila porque era el animal que acompañaba a Zeus–, que le devora el hígado y allí aparece en el mito el hígado como sede de las pasiones del sujeto. Lo cual es interesante porque uno a veces piensa en el corazón o en otras partes del cuerpo, digamos… como sede de las pasiones… nunca había pensado que el hígado podía tener ese estatuto… Pero Freud señala que tiene una connotación fálica ese hígado porque se regenera cada vez; y el suplicio es un suplicio sin fin, eterno, un tormento permanente. Esa regeneración tiene que ver con el mito del renacimiento del falo, del ave fénix, que mucho tiene que ver además con el fuego y la connotación fálica del fuego.

Ahora, este sujeto, torturado en sus pasiones, es una paradoja, y eso es lo que Freud señala en “El malestar en la cultura”. Este sujeto moderno, heredero de las Luces, más cool, más ecuánime, más libre de la autoridad del Otro, es un sujeto del que Freud nos dice que casi se acerca a un dios, gracias a las prótesis tecnológicas que extienden las capacidades del yo. Sin embargo, advierte, no es un sujeto que esté muy feliz que digamos en su similitud con un dios, y se nos plantea como una paradoja que haya una exacerbación del superyó en el sujeto de la modernidad. Ese sujeto torturado en sus pasiones es ese que Byung-Chul Han describe como el sujeto de la sociedad del rendimiento.[7] Es el sujeto del liberalismo, empresario de sí mismo y explotador de sí mismo, nadie le ordena hacer nada, ni hay ningún capataz, un patrón o una autoridad que lo fustigue –tal vez, a veces sí–; pero, de todos modos, este sujeto obedece, obedece al sistema y se ve explotado por sí mismo tratando de hacer que la vida rinda. La vida tiene que rendir porque sabemos que es lo que J.-A. Miller nombra como pasaje de la sociedad patriarcal, que es la de la prohibición, a la sociedad moderna, post-patriarcal, que es la sociedad del permiso en la que habría un permiso al goce. Convendría por otra parte decir que el goce en nuestra época no está permitido, sino que es obligatorio. Lo cual coincide con la idea freudiana del superyó enfurecido.

Esto trae ciertas paradojas que podemos llamar “paradojas de las Luces o de la modernidad” y que ciertamente nos hacen pensar o revisar –por eso me parece muy bien elegido el tema y muy pertinente la cuestión de la actualidad de las pasiones– esto que planteé: ¿qué diferencia habría entre la idea que por lo general la gente se hace del “sujeto analizado” y este sujeto moderno, cuyo exponente máximo podría ser el sujeto de la ego psychology, ese sujeto al que se le supone un yo autónomo, libre de servidumbres?

Para terminar quiero decir dos cosas. Una es que en el diccionario de la Real Academia Española hay dos acepciones, principalmente, de la palabra “pasión”. La primera es: “acción de padecer”, lo cual plantea la pasión como una acción. Aquí incluiría la pregunta de si puede la pasión ser un acto. Y la otra acepción es: “lo contrario de una acción”. Así que la pasión puede ser una acción y puede ser lo contrario de una acción. Nuestros referentes principales, Freud, Lacan, Miller, Winnicott, por citar algunos, no me parecen figuras muy desapasionadas. Me parece que son figuras apasionadas no solamente en el sentido del entusiasmo sino que también han sido –o son– hombres que encarnan Pasiones –Pasiones con mayúscula–, que pueden llegar a sacudirnos y angustiarnos. Sin duda el sujeto analizado tiene que estar más libre o más advertido de los efectos de la hipnosis, del encandilamiento y de los efectos de masas, pero también cabe reformular cuál es su relación con las pasiones cuando alguien sabe, como dice Freud, que tiene un destino por cumplir.[8]

NOTAS
* Presentación en la Mesa redonda “Actualidad de las pasiones”, Jornada Enlaces 2017 “Pasiones”, 5 de noviembre de 2017.
** Psicoanalista miembro de la AMP y de la EOL, docente de ICdeBA, de la UBA y la Maestría de la UNSAM. Autor de Intervención sobre el Nombre del padre, La condición femenina, El psicoanálisis en el hospital: el tiempo del tratamiento, entre otros.

  1. Winnicott, D., El gesto espontáneo: cartas escogidas, Paidós, Madrid, 1998.
  2. Freud, S., El Presidente Thomas Woodrow Wilson, Un estudio psicológico, ACME-agalma, Buenos Aires, 1997, p. 65
  3. Miller, J.-A., Un esfuerzo de poesía, Paidós, Bs. As., 2016, p. 22.
  4. Miller, J.-A., El partenaire-síntoma, Paidós, Bs. As., 2008, p. 495.
  5. Freud, S., “Sobre la conquista del fuego”, Obras completas, Vol. XXII, Amorrortu, Bs. As., 1987.
  6. Ibíd., nota 3.
  7. Byung-Chul Han, Topología de la violencia, Herder, Barcelona, 2016
  8. Freud, S. , Schlusswort der Onanie-Diskussion, G. W. Fischer Verlag, Frankfurt am Main, B. 8, z. 340.

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