Acerca de la T.C.C .
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Acerca de la T.C.C .

Con respecto a las preguntas planteadas por la colega Daniela Fernández, considero que la ofensiva en contra de la práctica y los principios del psicoanálisis, así como el intento de imponer un paradigma regido por la combinación del DSM IV, la psicofarmacología y las TCC, no se ha desatado con la virulencia que con toda seguridad es de esperar que tenga lugar en un tiempo que en este momento es difícil de estimar. Pero la confrontación está ya planteada desde hace años y va progresando.

La presencia del psicoanálisis en la Facultad de Psicología siempre ha sido destacada. La orientación clínica es la más frecuentada, y mayoritariamente con inclinación por el psicoanálisis. En general las instituciones públicas cuentan, en el plano de la salud mental, con una gran mayoría de profesionales con orientación psicoanalítica en lo que al campo de las prácticas psicoterapéuticas se refiere. Incluso en las obras sociales y empresas de medicina prepaga más importantes hay todavía una fuerte presencia de practicantes de orientación analítica. Estimo por lo tanto que las TCC no tienen por el momento una predominancia que determine su difusión masiva. Pero hay que destacar que es solamente la inclinación espontánea de la demanda lo que determina esa prevalencia del psicoanálisis. Nadie ignora que la fuerte incidencia del discurso analítico de orientación lacaniana en los hospitales y centros de salud mental de la Ciudad de Buenos Aires es un hecho que no debe nada a los políticos y sus planes de salud.

La Argentina no ha tenido siete años de dictadura militar sino cincuenta, desde 1930 hasta 1983, con breves y esporádicos períodos de gobiernos legítimos, que terminaron interrumpidos por la fuerza. Asimismo, la legitimidad de esos gobiernos a veces no garantizaba tampoco el funcionamiento democrático de las instituciones. Los esfuerzos del estado por hacer del psicoanálisis una suerte de tratamiento de lujo reservado a una élite de profesionales y una élite de analizantes son antiguos y encuentran su expresión jurídica más exacerbada en la ley 17.132 del General Onganía, que en la década de 1960 prohibió a los psicólogos no solamente la práctica del psicoanálisis sino el ejercicio de toda psicoterapia cualquiera fuese su orientación. El psicólogo argentino está acostumbrado a la ilegalidad de su situación, o más bien a la ignorancia y perversidad de los poderes de turno. Actualmente dicha ley se sigue invocando para impugnar cualquier pretensión de un profesional no médico para ocupar una jefatura en una institución pública.

A partir de mediados de la década del noventa se produce la instauración de la crisis como estado habitual de los ciudadanos. Entonces comenzaron a percibirse señales cada vez más visibles de un movimiento que apunta a empujar la práctica del psicoanálisis fuera del campo de la acción social. La crisis económica permanente y los imperativos del mercado ejercen una fuerte presión en contra del psicoanálisis como opción terapéutica y profesional.

Recientemente nuestro Ministro de Salud lamentó públicamente la obstinada preferencia que todavía sostienen los psicólogos por el psicoanálisis de orientación lacaniana (sic). El Sr. Ministro tal vez cree que acaso las terapias cognitivas sean más eficaces para lo urgente. Tales prejuicios, propios de los contadores de las empresas de medicina prepaga, son compartidos por los psiquiatras organicistas o que practican una clínica centrada en el psicofármaco. Al parecer, sólo los que padecen y los estudiantes de psicología, además de los médicos que todavía creen en la clínica, prefieren el psicoanálisis. De todos modos estoy muy enojado con el Sr. Ministro.

Actualmente en la Universidad el psicoanálisis es atacado desde la orientación cognitivista. La relación entre ambas corrientes dista de ser amigable y difícilmente presente puntos de conciliación, sobre todo cuando se trata del área clínica. Es evidente que la confrontación se reduce en las áreas educacional y laboral, sólo porque en ellas la presencia del psicoanálisis es excepcional. Pero también en el área clínica la competencia ya es notoria. Algunas cátedras psicoanalíticas han incluido en sus programas el estudio crítico de las terapias no analíticas, lo cual es un indicio del avance de esas orientaciones. Aunque en una abrumadora mayoría los estudiantes se inclinan por el psicoanálisis, tal como lo deplora el Sr. Ministro, las TCC se han hecho presentes en los programas de estudio. Están en minoría, pero es claro que desde el mercado y la política se las favorece.

Con respecto al caso citado por la colega del psiquiatra de la “nueva generación” que combina la TCC para problemas focales y el psicoanálisis para las cuestiones de fondo, debo decir que ese frenesí teratológico es propio del eclecticismo dominante en una corriente de la psiquiatría en la que la clínica como método sistemático evidencia una profunda degradación. Cabe recordar que el paradigma de la “nueva generación” está representado en el modelo sindrómico (por no decir rejunte) del DSM IV, cuya fundamentación carece de toda cientificidad y no se basa más que en el consenso y la conveniencia política de una comunidad profesional.

Se quiere hacer de la palabra “eficacia” un patrimonio de las TCC. Hay que decir que la supuesta eficacia de quienes pretenden “acallar la lucha de Eros contra Thánatos con cantos de nodriza” no debería ser aceptada con tanta facilidad y ligereza. Incluso colegas psicoanalistas participan a veces de tales zonceras, seguramente porque no acostumbran leer a los cognitivos. O acaso porque simplemente son argentinos y este ha sido uno de los pocos países en los que el adjetivo “bárbaro” se aplica a lo propio y no a lo foráneo.

Otro clisé es el que dictamina que la eficacia del psicoanálisis, cualquiera que sea, es un fenómeno de largo plazo, como si las entrevistas preliminares no produjeran beneficios terapéuticos muchas veces asombrosos, o como si las TCC resolvieran el malestar en la cultura en diez sesiones.

Igualmente negativo es el abuso de la separación conceptual entre efectos terapéuticos y efectos analíticos. Se olvida a menudo que el adjetivo “terapéutico” es totalmente inadecuado para describir los hechos de la vida psíquica, aunque no podemos prescindir de él. Nada hay más cuestionable y problemático que el “bien” que una terapia cualquiera produce. Pero si esto es cierto, también es cierto que dada la ambigüedad y vaguedad de lo que entendamos por “terapéutico” no puede decirse entonces tan categóricamente que lo terapéutico esté tan divorciado de lo analítico aun cuando no sea el objetivo principal. Juzgamos los efectos del análisis en términos de rectificación subjetiva y no de remisión sintomática. Si bien la rectificación subjetiva no se presta a la contabilización estadística, y a menudo puede ocurrir sin que desaparezca el síntoma, considero inadecuado postular que no haya un beneficio terapéutico en ella, aunque más no fuera por el alivio que siempre va unido al apaciguamiento de la querella imaginaria al Otro y la liberación de la verdad. No todo efecto terapéutico es analítico, pero juzgo imprudente rechazar la idea de que en todo efecto analítico hay cierto beneficio terapéutico, cierto alivio subjetivo que acompaña a la implicación del analizante en su padecer.

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